Recuerdo cuando hice el curso de ingreso a la facultad. Me preparé durante un año para aquella prueba. Estaba tenso. Había corroído mis uñas hasta el hueso, a causa del miedo de haber perdido tiempo y dinero. La semana siguiente, el periódico trajo el resultado. Había rendido la prueba, pero no sabía si había sido aprobado. La expectativa de que mi nombre estuviera entre los aprobados era algo inexplicable. Mi futuro tenía que estar en aquella pequeña lista de nombres.
El tiempo pasó y las inquietudes de la juventud también. Al futuro lo he vivido por la misericordia Divina. Pero las inquietudes de aquellos tiempos les dieron lugar a otras mucho más profundas y aterradoras. Es la lista de los llamados y no escogidos. Los no aprobados del Reino de los Cielos. He sentido los dolores del apóstol Pablo, cuando dijo:
Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros… Gálatas 4:19
Lamentablemente, la lista de los escogidos de Dios es siempre menor, así como la lista de los aprobados del curso de ingreso es menor que el número de los inscriptos. La ventaja, tanto de unos como de los otros, es que cada uno depende exclusivamente de sí mismo.
¿Sabe por qué?
Porque no es Dios quien escoge. Él ha llamado. Pero la elección depende de que los llamados no se excluyan. O sea, ellos son los responsables por su propia elección. Son ellos los que se aprueban o no. Así como quienes hacen el curso dependen de sus estudios, sacrificios y perseverancia para ver sus nombres en la lista de aprobados a ingresar, los llamados por Dios dependen de su perseverancia en la fe sacrificial para ver sus nombres en el Libro de la Vida.
Al someter su voluntad a la voluntad de Dios, están aprobándose para la entrada al Reino de los Cielos. Esa es la condición para alcanzar la Vida Eterna.
Lo que dijo el Señor Jesús no deja dudas en cuanto a eso:
No todo el que Me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Mateo 7:21