Cuando los padres de María decidieron separarse, ella no pudo manejar la situación. A pesar de que solo tenía 11 años, comenzó un camino que la llevó al borde de la muerte: “Primero probé cigarrillos y una cosa fue llevando a la otra. Después tomé alcohol, luego marihuana. Conocí la cocaína por unos amigos.
Para poder mantener mis vicios, les sacaba plata a mis padres, me la rebuscaba de cualquier manera. Al tiempo dejé la escuela porque tenía que conseguir para ir a comprar”.
Ella fue cambiando, las adicciones controlaban su vida: “La relación con mi familia era terrible, yo me había vuelto nerviosa y agresiva, no podía convivir con ellos. Me volví adicta al cigarrillo, al alcohol, a la marihuana y a la cocaína”.
Ella salía de noche, pero llegó un punto en que su vida no tenía vuelta atrás: “Un día, a la salida de un boliche habíamos comprado mucha cocaína. Nos repartimos la droga, yo estaba en la parada del colectivo y me puse a consumir ahí, delante de todo, sin que me importara nada. Ese día me di cuenta que había tocado fondo”.
La mamá de María llegó a la Universal y luchó por su hija: “Cuando me di cuenta de la vida que estaba llevando, le pedí que me llevara a la Iglesia.
Llegué, participé de las reu- niones. Supe que Dios era el Único que podía ayudarme a cambiar, que no estaba todo perdido. Gracias a Él, de a poco, fui poniendo en práctica todo lo que se decía en las reuniones y pude superar los vicios”.
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