Si dos en uno es bueno, que es el caso del matrimonio, ¡imagínese tres en uno! El potencial para el éxito es mucho mayor. Es eso lo que sucede cuando tenemos a Dios.
En Su intercesión sacerdotal, el Dios Hijo Le pide al Dios Padre que Sus discípulos sean perfeccionados en la Unidad.
“Yo en ellos, y Tú en Mí…” Juan 17:23
Ya vimos que en la disciplina hay obediencia, orden y sumisión entre los miembros del Cuerpo de Cristo. O sea, existe perfecta armonía aun frente a la individualidad de cada uno.
A fin de cuentas, todos los nacidos de Dios tienen el mismo Espíritu Santo.
Por otro lado, a pesar de que Jesús haya curado a muchos enfermos, liberado a muchos oprimidos y realizado muchos milagros, aun así, pocos permanecieron.
De los diez leprosos curados, solo uno volvió…
Pero en el universo de los nacidos del Espíritu todos permanecen. ¿Por qué?
Porque el nacido del Espíritu es espíritu. Su naturaleza es transformada. Es transferido de la naturaleza humana, adámica o emotiva a la naturaleza espiritual, Divina o racional.
Por obra del Espíritu, pierde la naturaleza del primer Adán y asume la naturaleza del Segundo Adán – Jesucristo. Es decir, es generado por el Espíritu Santo como lo fue Jesús. Y como Jesús, él también es hijo de Dios.
Solo el Espíritu de Dios genera espíritu. Y solo quien es generado por Él es participante de la Unidad que existe en la Santísima Trinidad. (2 Pedro 1:4)
Pero incluso siendo espíritus, los hijos de Dios están sujetos a la casa de barro y, por lo tanto, pasibles a fallas…
Por eso, Jesús ora para que sean perfeccionados en la Unidad.
¿Puede alguien indisciplinado estar en la Unidad de Dios?
¿Tiene sentido que un “hermano” o “siervo” haga la guerra contra otro, estando en la Unidad de Dios?
¿Acaso puede haber odio entre los que viven en la Unidad de Dios?
De donde se concluye que los que promueven contiendas y discordias no tienen nada de Dios.
¡¡Huyan de ellos!!
Quien se une a los cerdos, de su comida también va a comer…