Walisson de Souza, de 29 años, fue conocido como «el maestro del desastre». Como él mismo admite: «A los 17 años, acababa de salir de prisión y estaba dispuesto a poner en práctica todo lo que estaba dentro de mí desde los 10 años». A esa edad, su padre intentó matarlo.
«Me llevó a un puente, me colgó y dijo: “¡Yo te puse en este mundo y yo te sacaré!”. Giré mi cabeza y dije: «Si caigo y muero, está bien, pero, si me tiras y no muero, me volveré uno de los peores delincuentes».
«A los 11 años, maté a la primera persona. Vi a un joven abusando de una niña y lo ejecuté. Estuve preso durante tres años. Allí, perfeccioné lo que sabía. Cuando salí, me volví un asesino serial», confiesa.
«Mi madre pensaba que era un buen niño hasta descubrir que era un monstruo. No tenía piedad de nadie; tampoco sabía lo que era el amor ni quién era Dios. Yo mismo era mi dios», asegura.
A los 18 años, salió de Minas Gerais a San Pablo detrás de armamentos. «Al volver, me denunciaron, y comenzó una persecución policial. Iba a alta velocidad y recibí un disparo en la cabeza, y volqué el auto. Mi cuerpo fue expulsado del vehículo y me golpeé la cabeza en un cartel de tránsito. Llegué al hospital con la cabeza abierta, todo ensangrentado. Me hicieron cinco cirugías para sacar el pedazo del proyectil. Mi cabeza se infectó y perdí entre el 15 y el 20 % de la masa encefálica», narra.
Una vez más, estuvo cerca de la muerte. «Cuando me desperté, para mí era el día siguiente, pero ya había pasado un año en coma. Los médicos dijeron que quedaría en estado vegetativo. Incluso sin tener movimiento del lado izquierdo, cuando miré hacia la derecha, noté que mi pierna y mi brazo estaban esposados y había un escolta a mi lado. Estaba preso», relata.
En prisión, necesitó que le cambiaran el pañal y le dieran la comida en la boca. «Entonces, la ficha de que no era todo lo que pensaba cayó. Luego, fui llevado a juicio y condenado a 39 años de prisión», afirma.
En 2015, preso, Walisson conoció el trabajo de la UEC (Universal Evangelización Carcelaria). «Recuerdo que el pastor dijo: “No sé lo que estás pasando, pero Dios puede cambiar tu vida si crees”». Cansado de sí mismo, aceptó la propuesta. «Le dije a Dios: “No Te conozco, no sé si existes, no tengo acceso a Ti. Soy una persona horrible y, si estuviera en Tu lugar, no me perdonaría. Pero, si haces algo por mí, Te doy lo que vale mi vida, que es mi palabra, y el tiempo que esté en esta Tierra Te serviré aunque sea arrastrándome”». Ese día sintió un gran alivio.
En 2016, cuando lo liberaron, fue a la Universal. «Dejé en el Altar a esa persona que solo pensaba en hacerle mal al prójimo. Dios transformó mi vida y ya no hay espacio para el vacío. La fe me dio una nueva oportunidad», explica.
«Antes salía a la calle para quitar vidas y ahora salgo para llevarles la vida que recibí a las personas», concluye.