Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el Reino de los Cielos. Mateo 5:3
Malaventurados los ricos en espíritu porque de ellos es el reino del infierno.
La pobreza en espíritu no tiene nada que ver con la pobreza material, ya que hay pobres soberbios, así como hay también ricos humildes (Zaqueo). La pobreza en espíritu se refiere a un profundo sentimiento de humildad (como niño inocente), que reconoce su miseria espiritual delante de la Grandeza de Dios: condición del miserable perdido pecador. Si existe ese mirar sincero hacia el interior, se notará cuánto se depende de la misericordia del Altísimo para perdonar y salvar.
El Reino de los Cielos es de los humildes en espíritu. Solo el humilde en espíritu reconoce y se somete (obedece) a la Verdad – La Palabra del Señor Jesucristo.
A los arrogantes judíos religiosos, el Señor les dijo: “…vosotros no creéis porque no sois de Mis ovejas”. Son los maldecidos del infierno en este mundo; “Mis ovejas oyen Mi voz, y Yo las conozco y Me siguen…” (Juan 10:26-27) – Son los bendecidos del Reino de los Cielos.
El humilde en espíritu es consciente de que jamás será salvo por causa de sus obras de caridad o justicia propia. ¿De qué sirve ser justo con pocos e injusto con los demás? Él sabe que las buenas obras no tienen poder para compensar sus pecados.
Por lo tanto, desde el punto de vista material, el Reino de los Cielos no es para ricos ni para pobres, sino para los sinceros arrepentidos. Aunque fuese el rey de Israel, David entraba en la presencia del Todopoderoso confesando: “Y a mí, que estoy pobre y afligido…” (Salmos 40:17). Quiere decir, cargaba en lo más íntimo de su ser el reconocimiento de que sin Dios no era nada ni nadie.