Desde el principio del cristianismo, las pruebas de la fe han sido constantes en medio del pueblo de Dios.
Cada uno luchando su guerra particular. Sea contra los llamados de la carne, en las incomprensiones, en la vida solitaria, en las injusticias sufridas, incluso en la iglesia, en fin, situaciones complicadas por todos lados. Y como si no bastase, todavía existen problemas económicos, amorosos, familiares…
En el comienzo de mi carrera en la fe, tampoco fue fácil. Recuerdo la decepción amorosa, la soledad que la fe me trajo, las miradas y comentarios críticos hacia mi fe – era considerado fanático por aquellos a los que más amaba.
Nadie creía en mí…
Y lo peor es que esa etapa duró cerca de ocho años. Y cuando finalmente encontré a mi otra mitad, ¡mi pastor intentó quitármela para su hijo! ¿Puede creerlo?
Mire, conozco bien ese fuego incluso desde antes de comenzar a predicar el Evangelio. Entonces después… ¡ni hablar!
Hoy, con más de 54 años de vida por la fe, ¡ya no es tan extraño! Se tornó compañero…
Pero en la era apostólica, el Espíritu Santo ya alertaba a los verdaderos cristianos, diciendo:
“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo…” 1 Pedro 4:12
¡Lo más glorioso de todo esto es que nadie es probado si no es muy amado!
¡Quien es de Dios soporta ese fuego porque es de Dios! Y por eso es copartícipe de los sufrimientos de Jesús.
“Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos sois, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobre vosotros.” 1 Pedro 4:14
¡Alabado sea nuestro Señor Jesucristo!