Olga y su hijo Gastón pasaron por situaciones límite: “El papá de mi hijo nos abandonó. Yo no dormía de noche y fumaba. Lo peor fue que el chico creció y también se volvió adicto”, recuerda ella.
“Fue duro crecer sin padre, me sentía triste. Empecé con el cigarrillo, seguí con el alcohol, me arrastraba sin sentido. Probé la marihuana y perdí la consciencia, me descargaba con la gente”, recuerda él.
Olga no sabía cómo manejar su realidad: “Tenía deudas de alquiler, a veces no alcanzaba ni para comprar comida. Tuve deseos de quitarme la vida.
El peor momento fue cuando perdí el trabajo, yo estaba medicada y mi hijo estaba cada vez peor. No podíamos compartir nada, todo era motivo de discusión. Me aferré a la vida porque lo tenía que encaminar. No podía estar en paz, si no hubiese hecho algo, mi hijo estaría preso o muerto.
Conocí la Universal, llegué casi descalza y en pijama. Estaba desesperada, lloraba y fumaba. Pero ese día pude dormir en paz.
Pasé por el proceso de ordenar el Altar, necesitaba estar bien interiormente. Llegué durante una Hoguera Santa. El Espíritu Santo me dio fuerza, hice mi voto y Gastón me pidió que lo llevara a la Iglesia”.
“Además de las adicciones, sufría gastritis aguda. Hice un tratamiento con Dios, me curé y liberé de las adiccio-nes. Con el tiempo conocí a una mujer, me pude casar y logré resurgir mi empresa. Conquistamos una camioneta 0km, y progresamos en el trabajo”.
Participe de este propósito de fe
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