El pueblo de Israel dejó de adorar a Dios, Lo cambiaron por baal, considerado señor de la prosperidad y de la fertilidad.
Dios no enviaba lluvias y las personas estaban ciegas espiritualmente. Algunos profetas del Señor fueron asesinados por Jezabel y los que quedaban, se escondían en cuevas. El único que restaba era Elías y él se indignó con la idolatría. Este hombre de Dios desafió a 450 profetas de baal y a más de 400 profetas de asera, que servían a Jezabel, (1º Reyes 18:19).
No se acobardó, enfrentó a todos: “Y acercándose Elías a todo el pueblo, dijo: ¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si el Señor es Dios, seguidle; y si baal, id en pos de él. Y el pueblo no respondió palabra.” (1º Reyes 18:21).
Él ordenó que le trajeran dos becerros. Los que servían a baal debían matar a uno, montar un altar y clamar para que el dios mandara fuego. Elías haría lo mismo, pero con el Dios de Israel. El que respondiese sería el verdadero.
Los profetas de baal no obtuvieron respuesta a pesar de su insistencia. Sin embargo, Elías edificó un Altar, puso el otro becerro y además lo mojó con agua. “Cuando llegó la hora de ofrecerse el holocausto, se acercó el profeta Elías y dijo: Señor Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, sea hoy manifiesto que tú eres Dios en Israel…
Respóndeme, Señor, respóndeme… Entonces cayó fuego del Señor y consumió el holocausto… Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: ¡El Señor es Dios, El Señor es Dios!” (1º Reyes 18:36-39).
El Obispo Renato señaló: “La situación de Elías muestra el conflicto entre la teoría y la práctica. Elías no aceptaba lo que sus ojos veían. Así también, la fe inteligente no nos permite creer en una cosa y vivir otra, ese es el primer paso para cambiar y ver, como Elías, el fuego de Dios descendiendo sobre su vida”.