“Entonces los escribas y los fariseos Le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, Le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle…” Juan 8:3-6
Escribas y fariseos, ¡religiosos! La religión no salva a nadie. Ellos llamaban “Maestro” a Jesús aunque no creían que Él era el Mesías. Querían tentarlo. Pero Él estaba lleno del Espíritu Santo y era sabio. Ellos querían agarrarse de lo que mandaba la Ley.
“…Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en la tierra con el dedo.” Juan 8:6
Estos hombres tenían piedras en sus manos y estaban listos para apedrearla, pero ellos estaban llenos de pecados quizás más fuertes que los de ella. Eran falsos, hipócritas, orgullosos…
Cuando la persona juzga se condena a sí misma. Si mira a su propia vida va a encontrar mucho para corregir.
“Y como insistieran en preguntarle, Se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.” Juan 8: 7-8
Cuando ellos, al ver que Él no les respondía, insistieron, Jesús los hizo mirar a sus propias vidas. El hombre puede engañar a otro hombre, pero no a Dios.
“Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.” Juan 8:9
Si la persona hace lo correcto, nada la acusa. ¡Quien no debe no teme! Si se tiene la vida limpia la conciencia no pesa, hay paz. Ellos fueron acusados por sus propias conciencias. El Señor Jesús hizo que pensaran. Y entonces se fueron uno a uno, desaparecieron.
“Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Juan 8:10
¡Había un montón de personas acusándola y se habían ido todas!
“Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni Yo te condeno; vete, y no peques más.” Juan 8:11
Él le dijo “Ni Yo te condeno”… Jesús podría haberla condenado pero no lo hizo. Y si Jesús no la condenó, ¿quiénes eran los demás para hacerlo?
Ese es el secreto.
Una persona puede haber sido la peor del mundo, pero si reconoce sus errores, se los confiesa a Dios y pasa a odiarlos, la sangre del Señor Jesús borra todos sus pecados y no hay nadie que pueda condenarla.
Jesús no condena, Él está con los brazos abiertos. Pero da un consejo como el que le dio a aquella mujer: “no peques más.”
Él es Dios, y si la persona le entrega su vida de verdad, Él hace que su alma quede más blanca que la nieve.
Y recuerde:
Si alguien llegó a la Universal, un siervo de Dios oró por su vida y esta fue transformada, debe darle las gracias a Dios. ¡a nadie más!
¡Piense en esto!