Es simple ver a los que están privados de su libertad ambulatoria, como responsables de sus propias acciones. Lo difícil es escuchar sus historias, para intentar entender por qué llegaron a ese punto de sus vidas.
Alicia Sepúlveda pasó por esa experiencia, pero los problemas comenzaron en la niñez: “A los seis años me violaron, mi familia decía que nunca iba a ser feliz y eso quedó en mi memoria. A los 15 conocí a personas relacionadas con la delincuencia. Después me fui de mi casa y me convertí en prostituta. Luego comencé a robar: autos, departamentos, lo que hubiera. Un tiempo después me metí al narcotráfico.
Hasta que una compra de 16 kilos salió mal y perdí mi libertad, me condenaron a siete años, pero me redujeron la pena. Adentro aprendí a estafar y otras cosas. Volví por robo reiterado de automotores, fui a la Unidad Nº 8 de La Plata.
Con el alma encerrada
Adentro, sentía un vacío enorme. No lograba disfrutar el sol o la lluvia. Tampoco comunicarme con mis hijos. Una vez llamé a mi hermana y me dijo ‘Estás en el lugar en el que querés estar’ y me cortó. Ahí comencé a consumir cocaína, marihuana, pastillas y a jugar a la ruleta rusa, no quería vivir.
Entre rejas conocí la Universal por la UEC y fui sanada, pero no me entregué a Dios.
Al tiempo salí y en el entorno era una especie de heroína. Aun así, vivía paranóica consumiera drogas o no. Decía ‘No voy a permitir que mis hijos sean narcos, chorros, delincuentes’, pero estaba pasando sin que me diera cuenta.
Finalmente libre
Llegué a la Iglesia, aunque me costó creer en Dios. Fue como salir de un lugar oscuro a la luz. Dejé todo, pero me quedé en la calle. Mis hijos lloraban, pero ya no quería una vida de delincuencia.
Salí de la calle, primero conseguimos un lugar para pasar la noche. Después recibí ayuda del Estado.
Logré un trabajo a pesar de los antecedentes. Mis hijos crecieron, se casaron y tengo nietos. Encontré el equilibrio y la estabilidad que necesitaba, gracias a Dios”.
UEC
“Con el Grupo Carcelario visito a mujeres que perdieron su libertad. Para entenderlas, hay que ponerse en su lugar, ellas sufren. Entré a la cárcel en donde estuve, reviví todo, pero ahora sé que puedo dar vida al hablar de la palabra de Dios. Encontrás a mujeres que no veían a sus familias y a través de una oración las reencuentran. Me siento privilegiada de poder ayudar”, comenta Alicia.
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