“Jesús Se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de Agua Viva.” Juan 7:37-38
Cuando el Señor dijo “Si alguno tiene sed…”, no estaba intentando pescar a algunos discípulos más de entre aquella multitud alegre. ¡No! ¡Mil veces no!
Él sabía que la sed a la que Se refería era privilegio de pocos.
Los sedientos invitados por el Señor son personas simples, escogidas a dedo por el Espíritu Santo.
Quien tiene sed, aun viviendo en el pecado, es llamado por Dios para ser saciado. Ahora bien, si el pecador sediento es llamado a beber, ¡imagínese aquellos que ya fueron libres del pecado, están limpios y en la fe!
Sin embargo, para que el pecador beba del Agua tiene que confesar sus pecados, abandonarlos y rendirse al Señor Jesús.
Pero los ya rescatados del infierno, que no viven en el pecado, pueden incluso exigirle a Jesús el Agua prometida. ¡Así es! Pueden exigirla en el momento que quieran y serán saciados.
A fin de cuentas, el Agua es solamente para los sedientos. Lo mismo se aplica a “El que cree…”
Cree aquel que fue tocado por el Espíritu Santo de la misma forma que aquel que fue tocado por Él para tener sed.
Aquellos que tienen sed o aquellos que creen ya fueron llamados por Dios, sin embargo, solo beberán de la Fuente cuando decidan ir allá.
Jesús invita a los sedientos y a los que creen.
El Espíritu Santo da la sed y la fe.
Le corresponde al sediento “cavar hasta encontrar” el Agua, y al que cree “cavar hasta encontrar” el Río del Agua de la Vida que corre bajo sus pies.
Dios no hace magia para transformar vidas, sino que da visión espiritual y condiciones físicas para materializar Sus Promesas.