“¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el ALTAR?” Santiago 2:21
Ante un viaje inesperado al que usted no puede llevar a su hijo, ¿en manos de quién lo confiaría?
-¿En las de alguien con carácter dudoso?
-¿En las de alguien con un historial de agresividad?
-¿En las de alguien que no cuida ni de sus propios hijos?
No, de ninguna manera. ¡Ni pensarlo!
Sino en las de alguien que sea confiable, respetable, de carácter, y, por eso, merecedor de su total confianza. Usando esos criterios, usted estará tranquilo.
Así también es el Altar, y es eso lo que él nos proporciona.
En él Abraham confió al propio hijo.
No fue obra de la casualidad lo que el Altísimo hizo en la vida de Abraham.
¿De qué hubiera servido que él tuviera fe y no confiara en el Altar del Autor de la fe?
Sin sombra de duda, él no solo recibió más de lo que pedía y pensaba, sino que continúa y continuará recibiendo hasta el regreso de nuestro Señor Jesucristo. ¡El Altar es multiplicador!
Esa grandeza de Dios es solamente para aquellos que confían en Él, y quien confía, queda en la dependencia del Todopoderoso.
Abraham confiaba en el Altísimo, porque confiaba en Su Altar, y viceversa.
No es coherente decir que se cree en Dios, si no se confía de manera incondicional en Su Altar. Todo lo que necesitamos siempre estuvo allí, incluso mucho antes de que llegáramos a este mundo.
Si Abraham confió al propio hijo en el Altar, ¿por qué usted no le confía su pasado, su presente y su futuro?