“El ESPÍRITU de Dios el Señor está sobre mí, porque me ungió el Señor; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel.” Isaías 61:1
He meditado en esto:
El Espíritu Santo sobre el profeta, en aquel tiempo, lo ungió (capacitó) para predicar (usar la fe), vendar vidas (reconstruir), liberar a los cautivos del mal, ayudar a los sufridos, hacer algo para cambiar la vida de los desesperados.
Imagínese hoy al Espíritu Santo dentro de una persona, tornándola una fuente, qué Él hará a través de ella…
El Espíritu Santo no está más sobre alguien, ¡o está dentro de la persona o no lo está!
Pues ¿cómo alguien puede decir que Lo tiene, o que Lo quiere, y vivir en función de sí mismo o de su propia voluntad?
¡Se engañan aquellos que dicen tenerlo, pero que solo se miran a sí mismos o a sus necesidades personales!
Mientras no sea sacrificado en el Altar el “yo”, el ego, la voluntad propia, las necesidades personales, ¡no habrá plenitud del Espíritu Santo dentro de la persona!
Quien piensa en el prójimo, piensa como Dios, siente el dolor de Dios, ¡y tiene agonía al ver a personas muriendo sin conocer la Salvación!
El Señor Jesús dijo:
“Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Hechos 1:8
Ser testigo es hablar de lo que vio, de lo que presenció, es hacer lo que Él haría, incluso porque el Espíritu Santo es Dios actuando a través del cuerpo en el que Él habita…
¡El precio para tener el Espíritu Santo es el sacrificio de la propia voluntad!
Y el Ayuno de Daniel es una oportunidad.