Se habla mucho acerca del Espíritu Santo y de Su importancia. Frente a tantos desafíos cotidianos y a tantos ataques del mal, que el ser humano Lo tenga en su interior, se vuelve algo fundamental para alcanzar la Salvación.
Cuando el Espíritu del Altísimo se apodera del ser de una persona, le deja Su marca y ella comienza a representar al proprio Dios en la tierra. Todos los que un día fueron sellados por el Espíritu de Dios tienen estas cinco características:
Tiene el carácter de Dios
Cuando una persona recibe el Espíritu Santo, su carácter cambia por completo. Aquel hombre que antes tenía un carácter poco confiable y de naturaleza vil, comienza a exhalar el carácter de Dios. “Es necesario que tengamos actitudes semejantes a las de nuestro Señor, pues, ¿de qué sirve predicar a Cristo y vivir el anticristo? ¿De qué sirve manifestar amabilidad y simpatía en el púlpito, si cuando bajamos de él, o salimos de la iglesia, cambiamos nuestras actitudes? No podemos ser como el camaleón, que cambia de color según el ambiente en el que se encuentra”, enseña el obispo Edir Macedo, en su libro El Carácter de Dios.
Camina según los pasos de Jesús
Caminar en los caminos del Altísimo es el primer paso para una persona que recibió o desea recibir el Espíritu Santo. El propio Señor Jesús, cuando estuvo en la tierra, afirmó que Él es el camino, la Verdad y la Vida, y que nadie puede tener acceso al Padre si no lo hace por medio de Él (Juan 14:6).
El obispo Edir Macedo explicó en el libro En los pasos de Jesús, que seguir al Señor Jesús es la condición básica para volverse un cristiano: “nadie puede ser cristiano sin seguir al Señor Jesús; así, también, nadie puede ser la sal de la tierra si no ejerce, en su propia vida, los frutos del Espíritu Santo”.
Vive la fe de Abraham
Abraham es considerado el padre de la fe. Él poseía una fe inestimable, en una época en la que no había Biblia ni iglesias para enseñar. Vivía en una sociedad pagana, pero, aun así, era siervo de Dios.
Abraham fue probado cuando tuvo que dejar su casa y su parentela (Génesis 12:1), cuando tuvo que confiar en que Dios cumpliría la promesa de convertirlo en padre de una numerosa nación (Génesis 12:2) y cuando tuvo que entregar a su hijo en sacrificio (Génesis 22:2).
En el libro La Fe de Abraham, el obispo Macedo aclara que muchos cristianos no presentan la calidad de fe que Abraham presentaba: “La falta de calidad de la fe es justamente la razón por la cual la mayoría de los religiosos no obtiene buenos resultados prácticos, aun teniendo fe en Dios. La vida depende de la fe, pero si la fe es descalificada, la vida también será descalificada”, enseñó.
Posee una alianza con Dios
Cuando el ser humano se casa, le empeña su palabra a la otra persona. La decisión es sellada con una ceremonia, en la cual hay un intercambio de alianzas delante de la presencia de amigos y familiares. Esa alianza hace que recuerde el compromiso que firmó con la otra persona. Después de eso, los dos se vuelven una sola carne (Marcos 10:8).
Cuando la persona decide entregarse a Dios y hacer una alianza con Él, Lo pone al frente de sus decisiones, es transparente delante de Él y, sobre todo, Le es fiel hasta el fin. “Cuando usted hace una alianza con Él, Lo tiene para el resto de la eternidad”, enseñó el obispo Macedo, en uno de sus mensajes durante el programa Palabra Amiga, que sale al aire diariamente por Red Aleluya, por Facebook, Univer Video y TV Universal.
No tiene nada que perder
A partir del momento en el que la persona posee el Espíritu de Dios y anda en Sus caminos, su vida está en Sus manos. Ella confía en que todas las cosas cooperan para el bien de aquellos que aman a Dios (Romanos 8:28) y es por eso por lo que no tiene nada de qué preocuparse. Aunque pase por luchas, nada puede quitarle la paz que tiene en su interior.
El obispo Macedo ha atravesado diferentes situaciones de desprecio, persecución e injusticia, pero su fe siguió inquebrantable: “nada vale más que mi relación íntima con Dios. Mi Dios, el Espíritu Santo, ocupa el espacio más noble de mi ser. Él es mi tesoro más valioso”, destacó el obispo en su primer libro de la trilogía Nada que perder.