Dios no quiere que seamos fingidos ni hipócritas, es más, a los únicos que condenó el Señor Jesús fue a los hipócritas, porque tenían conocimiento de la Palabra, pero no la obedecían. Jesús los llamó «¡razas de víboras!».
Este fue el único grupo de personas que enojó al Señor, a tal punto de agarrar un látigo y volcar las mesas de los comerciantes que se encontraban en el templo, porque hacían de la casa de Dios su negocio. Muchos hacían largas y bonitas oraciones con la intención de llamar la atención, pero Jesús dijo que no era por mucho hablar que seríamos escuchados, sino por la sinceridad.
¿Sabías que los ojos son el reflejo del alma? El Señor Jesús explicó que, si nuestros ojos son malos, todo nuestro cuerpo estaría lleno de tinieblas. Aunque la persona sea elegante, bonita, inteligente, famosa, si sus ojos son malos con los demás, con lo que se trata de Dios, incluso con ella misma, el cuerpo se llena de las fuerzas del mal, de una opresión espiritual.
«Pero nosotros todos, con el rostro descubierto…»
Por eso, es importante que se presenten delante de Dios con el rostro descubierto, sin hipocresía, falsedad, y que asuman lo que son, reconociendo sus pecados, porque, cuando los confiesan a Dios, Él los perdona. Jesús vino para salvar y perdonar, pero no puede hacerlo con los que cubren su rostro, con los que hacen caridad con el fin de aliviar el peso de su conciencia. La religión tradicional dice que, para obtener un beneficio de Dios, es necesario hacer caridades, pero esta actividad altruista es la obligación del verdadero cristiano.
Por otro lado, el religioso busca esconderse detrás de lo que hace, muestra una apariencia de persona justa, correcta, verdadera, sin embargo, cuando está lejos de quienes lo conocen, hace y dice cosas terribles.
¿Sabías que cuando estás a solas te revelás a vos mismo quién realmente sos? A través de los pensamientos que alimentás, de las palabras que pronunciás, de las cosas que mirás y a quienes escuchás.
«… contemplando como en un espejo la gloria del Señor…».
Es decir, tenemos que actuar con sinceridad, estar en paz con nosotros, con Dios y con nuestro prójimo.
Debemos ver la Palabra de Dios como un espejo. Solo así podremos autoevaluarnos y saber de qué manera estamos buscando a Dios, sirviéndolo y cómo estamos subiendo a Su Altar, si es porque los demás lo hacen o porque realmente queremos al Espíritu Santo en nosotros para glorificarlo.
«… estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu.»
Todos estamos siendo transformados. Podemos mejorar como esposos, hijos, cristianos, siervos de Dios, pero, para eso, debemos autoevaluarnos.
Siempre tendremos cuatro ojos vigilándonos: los de Dios, para probarnos al momento de reconocer nuestros errores o en la tentación, para ver si recurrimos a Él; y los del diablo, para acusarnos.
Por eso, debemos ser sinceros con Dios porque Él sabe quiénes somos, lo que sentimos, lo que soportamos, lo que deseamos y lo que necesitamos; y también debemos contemplar la Palabra, aplicarla en nuestras vidas.
¿En qué gloria nos hemos espejado?
La mayor gloria de Dios es la de habitar en nuestro interior. Solo así tendremos poder para superar las traiciones y los malos pensamientos, y poder para no dejarnos dominar por el rencor, los sentimientos y la mentira.
Cuando permitimos que Dios nos señale qué debemos cambiar, somos transformados y probados para acercarnos al Altar y entregarle o retener lo que nos pide.
Participá este domingo a las 9:30 h, en Av. Corrientes 4070 – Almagro o en la Universal más próxima a vos. Otros horarios: 7 y 18 h.