El que sirve a Dios en el altar no tiene derecho a nada, pues su vida no le pertenece. Vive para servir a Dios. Su familia es la familia de Dios. Sus hijos son los hijos de Dios. Su preocupación es siempre por el pueblo de Dios. Tiene la obligación de llevar al pueblo de Dios a la prosperidad, pero él mismo vive de lo que el Señor le da. El Señor Jesús lo define así: “El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.” (Juan 3:8)
El seguidor del Señor Jesucristo tiene que responderse a sí mismo la pregunta: ¿Quiero servir a Dios en el atrio en el altar? Si en lo más íntimo de su corazón desea servir a Dios en el atrio, pero, en su mente, toma la decisión de servirlo en el altar, tarde o temprano su corazón se manifestará y gritará con toda su fuerza, para que todos sepan que él es un engañador, ¡porque nunca deseó estar en el altar, sino en el atrio! Esta es la verdadera razón por la que existen “piedras” en la iglesia. En el fondo del corazón quieren vivir en el atrio, pero, en su mente, tal vez porque tienen miedo de enfrentar el mundo solos, o porque prefieren las regalías de la seguridad de estar en el altar de una iglesia, viven como parásitos, a costas de los sacrificios de otros compañeros. Están en el altar, pero su corazón está en el atrio. Y así, ni ellos ni el pueblo son bendecidos, y la obra de Dios queda atada.
Lo peor de todo es que sus hijos están siendo testigos de sus fracasos espirituales en el altar y, probablemente, serán “vacunados” contra todo lo que se refiera a la Palabra de Dios, ¡porque su padre predica una cosa que no vive ni sucede en su propia vida!
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