Hoy en día la contaminación sonora es algo con lo que lidiamos día a día, sin darnos cuenta recibimos miles de sonidos de gran magnitud que muchas veces pueden causarnos dolor sin darnos cuenta que el daño que provoca en nosotros puede llegar a ser irreversible.
Convivir diariamente con ruidos no sólo puede tener consecuencias irreversibles en las estructuras del oído y provocar sordera, sino que aumenta considerablemente el riesgo de padecer un accidente vascular, altera el sueño y dispara los niveles de estrés. Se ha constatado también que las personas que soportan día a día niveles sonoros extremos padecen cansancio crónico, tienen hipertensión, entre otros problemas.
La presión de la audición se mide a través de decibeles (dB) y los que son especialmente molestos son los tonos altos (dB-A). De esta manera, la presión acústica se vuelve dañina a unos 75 dB-A y dolorosa cuando se presentan alrededor de los 120 dB-A.
Fue a partir del siglo pasado, como consecuencia de la Revolución Industrial, del desarrollo de nuevos medios de transporte y del crecimiento de las ciudades cuando comienza a aparecer realmente el problema de la contaminación acústica urbana. Las causas fundamentales son, entre otras, el aumento espectacular del parque automovilístico en los últimos años y el hecho particular de que las ciudades no habían sido concebidas para soportar los medios de transporte, con calles angostas y firmes poco adecuados.
Existen diversas formas de controlar los niveles de ruido: el aislamiento de focos generadores (espumas y barreras naturales), la distribución espacial de las instalaciones, la utilización de equipos de baja intensidad sonora, el uso de accesorios de protección auditiva, la promoción de programas de prevención acústica, higiene y seguridad industrial.