“¿Cuándo uno no quiere más estar casado, el otro debe quedarse sufriendo la vida entera?” – Amiga
Respuesta:
No. Dios no impone ese dolor a nadie. Por lo tanto, mi fe, que no impongo a nadie, me dice que si yo estuviera en un matrimonio infernal, luchando con todas mis fuerzas por una persona que no me quiere a mí, ni a Dios, ni a nuestro matrimonio, yo no vacilaría en dejarlo y tomar otro rumbo. Repito, yo intentaría de todo primero. Haría mi parte. Buscaría a Dios. Pero si durante un buen tiempo no viese mejora, yo terminaría ese matrimonio equivocado.
Queda claro que esta decisión viene cargada de otras consideraciones: la edad, los hijos, la fe personal, lo que ya ha intentado, si yo ya corregí mis errores de comportamiento, si la otra persona sinceramente quiere recomponer la relación, las condiciones económicas, el futuro, entre otras, dependiendo de la situación de cada uno. Usted tiene que considerar todo eso y usar su fe aliada a su inteligencia para decidir.
A fin de cuentas, la pregunta que usted tiene que hacer es esta:
¿Cuál es mi fe? ¿En qué yo creo?
Si su fe le dice con toda la certeza que usted debe continuar y luchar por su matrimonio, entonces siga. Si su fe le dice, con toda la buena conciencia, que usted ya dió lo que tenía que dar y este es el momento de salir de ese infierno, entonces vaya en su fe.
De una manera o de otra, esta fe le sustentará en los días que vendrán después de su decisión.