“Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (Mateo 12: 36-37).
Con seguridad no hay nada más importante para un hombre que cuidar las palabras que dice. Son ellas las que a diario, escriben nuestro rastro en el camino de la vida.
Se cuenta que un hombre al morir, se encontró, en un enorme lugar, donde otras almas esperaban que los ángeles del Cielo vinieran a buscarlas.
Por más que esas almas viniesen de todas partes del mundo, hablaban una sola lengua. Adelante de la fila, pudo ver que unas pocas subían alegres a los Cielos, mientras que muchas, a los gritos, eran llevadas para un gran abismo.
“¿Dios mío, para donde iré? ¿A dónde seré llevado cuando llegue mi turno?”, pensó él.
Mientras miraba atentamente el destino de las almas, notó que cada una se paraba delante de una balanza de platos, que se inclinaba para un lado, o para el otro, decidiendo así el destino de esa alma.
Muy afligido, preguntó a quien estaba a su lado:
-¿Usted sabe lo que significa esa balanza? ¿Qué es lo que pesa?
-No se con seguridad, pero creo que es la balanza de la caridad. Ella pesa la cantidad de caridad que alguien practica en la vida. Si alcanza un determinado valor, la persona es llevada para el Cielo. Si no alcanza, va a las tinieblas, le respondió el otro.
-No, dijo el alma de adelante, que oía la conversación, no puede ser la balanza de la caridad. Yo morí en un accidente de tren justo con muchas otras personas. Viajaba con nosotros un hombre muy rico. Él era famoso por toda la caridad que hacía. Construyó iglesias, hospitales, orfanatos y escuelas. Pero, para mi sorpresa, vi que la balanza se inclinó en su contra, y fue lanzado en el abismo. Mientras que una señora mayor, que se sentaba a mi lado en el tren y que era muy pobre, fue llevada al Cielo.
-Tal vez sea la balanza de la pobreza, y solo los pobres subirán al Cielo, concluyó.
-Siendo así, creo que subiré, pues todo lo que tuve en la vida fue un buen empleo, una buena casa y un buen auto. No tuve una vida de riquezas y lujos que muchos si tuvieron.
-Pero vea una cosa: en relación a tantas personas que vivieron por las calles, sin empleo, sin casa y sin auto, usted fue rico, y yo también, y eso me asusta a cada paso que me aproximo a la balanza. ¿Quién fue realmente pobre o realmente rico?, dijo el otro.
-Usted tiene razón. No tiene sentido que sea la balanza de la pobreza o de la riqueza. Como tampoco tiene sentido que sea la balanza de la belleza, de la sabiduría, de los méritos, de la fuerza, del arte o de la Ciencia. Viví tantos años, conocí tantas cosas, fui un buen ciudadano, pero veo que lo más importante de la vida lo pasé desapercibido. Tenía que prepararme para esta balanza, que ni se lo que pesa.
En ese ambiente de aflicción, había un hombre en la fila que tenía paz. Su rostro era tranquilo y sus ojos tenían un brillo radiante. Esa alma desesperada se acercó a él y le imploró:
-Tu, entre todos nosotros aquí, es el único que parece estar confiado de que no será lanzado en el abismo. Díganos si sabe qué es lo que pesa esa balanza
-Claro que sí. Yo sabía que ella estaría en la puerta de entrada al Cielo. Esta es la balanza de las buenas palabras y también de las palabras frívolas de cada uno de nosotros. La boca habla de lo que está lleno el corazón. Son, por lo tanto, las palabras la expresión del corazón de cada uno, y son ellas las que nos condenan o nos absuelven.
-¿Pero cómo puedes tener certeza de que hablaste, en tantos años de vida, más palabras buenas que malas? ¡En los momentos de aflicción, de rabia o de simples conversaciones habituales, es tan común hablar palabras frívolas! ¿Qué le garantiza que la balanza se inclinará a su favor?
-Con seguridad la balanza se inclinará a mi favor, no tengo la menor duda en mi corazón. Entre todas las palabras que existen, están las que pesan más que cualquier otra. Son las más lindas que dije en toda mi vida, y vinieron de lo más profundo de mi corazón. Ellas tienen un peso mayor que cualquier otra palabra frívola que quizás haya pronunciado en un momento de debilidad.
-Dígame, qué palabras son esas. Tal vez yo las haya dicho, pidió el otro.
-Amigo, creo que si algún día las hubiera pronunciado, jamás las habría olvidado. Las palabras son: “Señor Jesús, yo te acepto como mi Salvador personal. Te entrego mi vida de todo corazón. Salva mi alma Señor, porque soy un pecador”
Dijo Jesús: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (Mateo 12: 36-37).