El apóstol Pablo dijo en Romanos 8:1 y 5:1:
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;”,
Quizás usted diga “pero yo soy católico”, o “soy espiritista” y “también creo en Jesús”. Sepa sin embargo, que usted puede ser católico, espiritista, evangélico e incluso miembro de la Universal, y aun así estar condenado a la muerte eterna.
“Pero, obispo Macedo, ¿cómo es eso posible? Es posible porque no es la religión, el padre, el pastor o la iglesia que salva o absuelve delante del tribunal de Dios. Nadie salva a no ser el Señor Jesús. Él es el Salvador.
No basta, sin embargo, que aceptemos a Jesús, debemos estar continuamente revestidos de Su presencia, porque es a través de la fe exclusivamente en Él que pasamos a tener paz con Dios, el Juez de los jueces, que nos absuelve, nos acepta, y nos injerta en la vid, que es el Señor Jesús.
Muchas personas son incluso exageradas y defienden más a su religión que a la fe en el Señor Jesús. Dicen: “Pero yo soy católico y voy a misa” o “soy espiritista, solo hago el bien a la gente”.
Eso no significa nada. Hacer el bien es una obligación de todos nosotros, siendo cristianos o no, pues la ley de Dios dice que debemos amar a nuestro semejante como a nosotros mismos.
No a través de la caridad, ni por frecuentar la iglesia, dar diezmos y ofrendas. No sirve que usted tenga fe en las entidades o en los ídolos mudos de palo y de piedra, pues solamente a través del Señor Jesús nos volvemos limpios y justificados ante de Dios, y tenemos paz con Él.
Es necesario, sin embargo, que además de aceptarlo, hagamos Su voluntad, y crucifiquemos nuestra carne “porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios.” (Romanos 8:5-8).
El amor del Padre no está en los que viven de acuerdo con sus propios objetivos y según los deseos de su corazón.
Para pertenecer a Jesús, tenemos que tener Su Espíritu, y para eso debemos entregarnos totalmente a Él, y amoldar nuestra vida de acuerdo a Su voluntad.
Su salvación y la vida eterna son las cosas más preciosas que existen en todo el mundo y en todo el Universo, porque la vida de la carne es solo por un tiempo limitado, pero la vida del espíritu es para toda la eternidad. Y allá, en la nueva Jerusalén, solamente entrarán los que hayan entregado su vida a Jesús, aquí en la Tierra. Es aquí donde usted tiene la oportunidad de elegir, y no después de la muerte.
Las personas que aceptan a Jesús y que prevalecen cuando vienen las luchas y las persecuciones, serán salvas para toda la eternidad.
Fui salvo, y desde ese día sigo a Jesús. Aun estando preso y continuamente perseguido, y a pesar de los problemas, de las circunstancias adversas y de las tempestades que vienen sobre mi vida, nada podrá jamás arrancar de mi corazón mi fe en el Señor Jesús.
Permanezco firme e inquebrantable porque yo sé lo que me espera: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.” (Romanos 8:18-19).
Ese día, los incrédulos, los abominables y los idólatras, los que tienen su corazón en cualquier dios que no sea el Señor Jesús, van a quedarse afuera, y jamás podrán entrar en el Reino de Dios, porque no aceptaron la salvación que Él da de gracia.
Por lo tanto, para su propio bien, acepte hoy a Jesús como su único Señor y Salvador.