No solo los sacerdotes eran representantes de los hombres delante de Dios, en los tiempos bíblicos. Antes que los sacerdotes, los profetas eran un poderoso eslabón entre el Señor y Sus hijos. A través de visiones, sueños y palabras, el Padre les hablaba a estos hombres que, a su vez, transmitían el significado a los demás seres humanos.
“Y Samuel dijo: Reunid a todo Israel en Mizpa, y yo oraré por vosotros al Señor.
Y se reunieron en Mizpa, y sacaron agua, y la derramaron delante del Señor, y ayunaron aquel día, y dijeron allí: Contra el Señor hemos pecado. Y juzgó Samuel a los hijos de Israel en Mizpa.” (1 Samuel 7:5-6).
Al igual que Samuel, Eliseo usó su “línea directa” con el Creador y le pidió que su siervo, pudiese ver los ejércitos protectores de Dios:
“Y se levantó de mañana y salió el que servía al varón de Dios, y he aquí el ejército que tenía sitiada la ciudad, con gente de a caballo y carros. Entonces su criado le dijo: ¡Ah, señor mío! ¿Qué haremos?
Él le dijo: No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.
Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Señor, que abras sus ojos para que vea. Entonces el Señor abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo.” (2 Reyes 6:15-17).
Confirmados por Dios
Abraham era considerado un profeta (Génesis 20:7). Moisés también, y cuando en Deuteronomio capítulo 18, en los versículos del 15 al 22 se habla de él, describe bien qué significaba ser un profeta: siempre era llamado por Dios, tenía autoridad y lo que él decía, en nombre de Dios, siempre era comprobado.
“…si el profeta hablare en nombre del Señor, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que el Señor no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él.” (Deuteronomio 18:22).
Por este hecho, el profeta era siervo de Dios, defendía sus padrones y preceptos, y siempre llamaba al pueblo para que se encuentre con el Padre.
A los profetas era dada una visión general de la vida en esos tiempos. Reconocía la importancia de los eventos históricos, así como las necesidades del pueblo. Cuando le hablaba a alguien sobre el futuro, el objetivo era avisar sobre las consecuencias de pasos equivocados en el presente, y no se trataba de una mera adivinación (como el ejemplo de Amós 1). Un profeta verdadero no decía solo lo que el pueblo quería oír. También le advertía enérgicamente cuando era necesario.
En los primeros tiempos de la Biblia, había dos clases de profetas, que era lo más usual. El roer o vidente (1 Samuel 9:11), llamaba la atención, inspirando respeto, y generalmente vivía solo, yendo al pueblo por orden de Dios, cuando era preciso. Y el otro tipo, el nabi, era miembro de un grupo y profetizaba en éxtasis (1 Samuel 10). Un mismo profeta, como podemos ver en los versículos citados, podía tener ambos estilos, definidos por la palabra “hozeh”.
En los profetas podían encontrarse otras tantas características. Estaban los que veían visiones ejemplares (Isaías 1) y los que, orientados por Dios, definían incluso la vida política de una nación. Samuel, bajo las órdenes de Dios, ungió a David, el futuro rey en lugar del egocéntrico Saúl (1 Samuel 16).
Algunos profetas trasmitían el conocimiento de la voluntad de Dios al pueblo, simplemente, relatando la visión o el sueño que habían tenido (Isaías 6), también usaban parábolas (Isaías 5:1-7). Otros, escribían lo que debía ser divulgado, como las tablas labradas con los Mandamientos revelados a Moisés u otros registros escritos (Isaías 30:8).
“Hijos de los profetas”
Existían los profetas que tenían seguidores o discípulos, conocidos como los “hijos de los profetas” (2 Reyes 4:38). Ellos podían escribir las palabras del líder para que quedara registrado, o realizar su divulgación. También estaban aquellos que repetían todo oralmente.
Los profetas podían, también, trabajar en grupos (1 Samuel 10:5) en lugares de adoración, asociados a los levitas y sacerdotes (2 Reyes 23:1-2).
La verdad
Como eslabones entre el hombre y Dios, los profetas eran consientes del real comportamiento de quien buscaba adorar al Padre. Muchas personas podían no confesar los reales pecados para pedir perdón a Dios y expiarlos con los sacrificios.
Sobre este asunto, más tarde, el propio Mesías le aclaró a una samaritana:
“Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que lo adoren.
Dios es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren.”
Juan 4:23-2