Todo aquel que nace de nuevo, del agua y del Espíritu, es portador del Reino de Dios. El Señor Jesús dijo: “…porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros.”, (Lucas 17:21).
Este Reino es espiritual, y solo forman parte de él quienes fueron lavados en la sangre del Cordero. No se puede entrar en él por dinero, amistad, arma o cualquier otra alternativa.
Solo existe una puerta de entrada: ¡el Señor Jesucristo! ¡La persona que desea entrar necesita creer en Él y andar de acuerdo con Su Palabra! No existe otra forma. El mismo apóstol Juan, refiriéndose a este Reino, dijo: “…y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.”, (Apocalipsis 1:5-6).
La perseverancia de la fe en el Señor Jesús no es una opción, sino una condición para heredar la vida eterna.
El diablo ha sido perseverante en el intento de destruir la fe cristiana. Él persevera con las dudas, para intentar neutralizar nuestra fe, y nosotros perseveramos con la fe, para neutralizar las dudas.
Quien fuere más perseverante vencerá. ¡La verdad es que solamente el nacido de Dios es perseverante! Los débiles se desaniman y los cobardes huyen. ¡Solo los que nacieron de Dios, que tuvieron un encuentro personal con el Señor Jesús, perseveran y permanecen!
El apóstol Juan es testigo de lo que escribió, pues, en una isla del Mediterráneo, aislado de todo y de todos, allá estaba preso ¿Por qué?
Él mismo responde: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo.”, (Apocalipsis 1:9).
Dios nunca permite que estemos presos en nuestra propia “Isla de Patmos” porque sí. Siempre que somos llevados a las circunstancias difíciles – como prisiones, persecuciones, humillaciones, injusticia y todo lo demás – es porque Él quiere hablar con nosotros, quiere revelarnos algo muy importante para Su Obra y para nosotros mismos.
Las mayores revelaciones de Dios suceden mediante las mayores pruebas de la fe. Creo que el Señor nunca habla con nosotros mientras las cosas están bien. En tiempos de paz es muy difícil que tengamos oídos para oír la voz del Espíritu Santo.
Todos los hombres de Dios del pasado solo recibieron las revelaciones de Él cuando estaban en apuros, prisiones, persecuciones e injusticias. Sucedió con Pedro, Pablo y muchos otros.
Cuando el apóstol Juan estaba confinado en la prisión, en la isla de Patmos, es que le fue revelado el Apocalipsis. Eso sucedió cerca del año 85 d. C., cuando ocurrió la mayor persecución promovida por el emperador romano Domiciano.
Juan no fue exiliado en esa isla por haber robado, matado o cometido cualquier crimen contra esa sociedad, sino porque anunciaba la Palabra de Dios y daba testimonio de la resurrección del Señor Jesús.
De todas maneras, este continúa siendo el motivo por el cual los hombres de Dios son llevados a prisiones. Es por el bien que buscan hacer que son llevados a los tribunales. ¿Por qué?
Porque está escrito: “Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.”, (1 Juan 5: 19). Quiere decir que quien es de Dios siempre será perseguido por aquellos que no son de Él.
Y como el mundo entero está bajo el maligno, entonces es obvio que siempre habrá injusticias de parte de los que no son de Dios, para con los que si lo son. El Señor Jesús alertó a Sus seguidores en cuanto a eso: “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.
Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.
Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.”, (Juan 15:18-20).
Todo cristiano tiene que pasar por el colador de la persecución. Es imposible ser un verdadero cristiano y no ser probado por la persecución. Ella comienza primero dentro de nuestra propia casa. Después, se extiende por el vecindario, amigos del trabajo y de la escuela.
Cuanto mayor fuere la participación en la Obra de Dios, mayor será la persecución movida contra la persona. Lo inverso también sucede: cuanto menor fuere la participación en la Obra de Dios, menor será la persecución.
Interesante es que si por un lado Juan estaba profundamente atribulado en esa isla, por otro también pudo tener el mayor privilegio: ser elegido para estar en el espíritu en el gran y tremendo día del Señor. Él describió: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea.”, (Apocalipsis 1:10-11).
Sucedió hasta con Moisés, cuando en el desierto, habiendo escapado de Egipto, pastoreando ovejas de su suegro, súbitamente se encontró con Dios, en el Monte Sinaí.
También sucedió con Elías, cuando desesperado huía de Jezabel, mujer del rey Acab, y se escondió en una caverna. Allí Dios le habló lo que debía hacer. ¡Ahora es el turno del apóstol Juan, que en medio de las pruebas es conducido en espíritu al día del Señor!
Al principio imaginamos que este día fuese un domingo, pues es común llamar al domingo el día del Señor. Pero su importancia está más allá de un simple domingo, ¡vea que en ese día el apóstol Juan vio al Señor Jesús en gloria!
Él vio al Señor Jesús no como Salvador, sino como “…el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”, (Apocalipsis 1:8).
La verdad es que la revelación que Juan tuvo en ese día fue del gran y terrible día del juicio del Señor, o el día de la Gran Tribulación.
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