Pregunta:
“Querido Dios de Abraham, no consigo entender qué es entregar la vida para Jesús. ¿Qué es eso? ¿Cómo se hace? Las cosas materiales son fáciles, pues es sólo vender todo lo que uno tiene y entregarlo en el altar, o dar el sueldo, o lo que sea, cada uno tiene un bien; pero, y la vida, ¿cómo entregarla? ¿Voy a entregar mi vida en el altar? Me estoy volviendo loca y me siento confundida de tanto buscar entender eso. Dios, ¿podrías ayudarme? Aguardo respuestas”. Besos, Amanda Cristina.
Respuesta:
Amanda, ¡buen día!
Entregar la vida al Señor Jesús significa simplemente negar la propia voluntad para servirlo. Es una alianza, un pacto. Significa rendirse, someterse totalmente a Él y reconocer que usted no es nada sin Su dirección. Reconocer que es una pecadora y que necesita de la misericordia y el perdón de Él. Aceptarlo como Único Señor y Salvador.
El Señor Jesús dijo:
“Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de Mí, éste la salvará.” Lucas 9.23-24
Entregar la vida para el Señor Jesús significa que no le pertenece más. Usted debe usarla para los deseos y propósitos de Él. Obedecerlo incondicionalmente.
Al igual que el matrimonio, es una entrega voluntaria por amor acompañada de la decisión y del compromiso de que, a partir de aquel momento, se debe renunciar a vivir apenas para sí mismo para vivir en función de aquella persona con quien hizo una alianza.
El término “entregar la vida en el altar”, significa sacrificar la propia voluntad para agradar a Dios.
Usted puede hacer eso ahora, si lo desea. Basta tomar la decisión y hacer la siguiente oración de entrega total:
“¡Oh Señor, mi Dios y mi Padre! Bendito es Tu nombre para siempre. De eternidad en eternidad.
Tuyas, Señor, son la honra, la gloria, la majestad, la victoria y la grandeza. ¿Qué dios hay en este mundo semejante a Ti? ¿Con quién puedes ser comparado?
He aquí que los dioses de este mundo tienen boca, pero no hablan; tienen oídos pero no oyen; tienen piernas, pero no se mueven sin las piernas de los que los adoran… Pero Tú eres el Gran Señor de los Ejércitos, que vence todas las batallas, sólo con la Palabra de Tu boca. ¡Riquezas y honras provienen de Ti, Señor, pues todas las cosas Te pertenecen!
Contigo está el engrandecer y el poder de dar fuerza a todo. Ahora pues, Señor Jesucristo, gracias te doy y alabo a Tu soberano nombre, porque ¿quién soy yo para que en este instante pueda ofrecerte mi vida? ¿Acaso tengo yo algún valor?
Sin embargo, sé y estoy seguro de que, mientras hago proferir estas palabras, Tu Espíritu me toma como incienso para Tu gloria.
Acéptame, Señor, como uno más de Tus siervos inútiles, y haz de mí un jarro que rebose en Tu exaltación. Desde ahora y para siempre.
¡Amén!”
Dios la bendiga.