Sabemos que cuando se vigila no existe riesgo de sorpresas. El diablo siempre espera la oportunidad de atacar, cuando el cristiano está dormido, dormitando o distraído con su propia apariencia religiosa.
A veces, el orgullo de la sensación de capacidad e inteligencia, impide que muchos cristianos perciban la miseria espiritual en la que viven. Este orgullo los hace pensar que la rutina religiosa es suficiente para mantenerse salvos.
Y es eso lo que al diablo más le gusta, pues si no hay ejercicio pleno de la fe, él puede continuar trabajando tranquilo en la vida de esos cristianos. Las actividades de la iglesia en Sardis servían muy bien a los propósitos del diablo; de ahí el motivo por el cual no eran íntegros delante de Dios.
Cuando el Señor Jesús ordena: “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios.”, (Apocalipsis 3:2), está avisando como si fuese un atalaya: ¡despierta de este sueño mortal para la vida!
La siguiente orden es: “Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.”, (Apocalipsis 3:3). Y es a partir de ese despertar que el cristiano puede pensar de manera espiritualmente normal.
No se puede esperar que una persona que duerme pueda pensar y discernir claramente, pues es incapaz de ver la realidad. Pero una vez despierta, tiene la capacidad de pensar y acordarse de las palabras de Dios, hace tanto tiempo olvidadas.
Cuando una persona se arrepiente está mostrando humildad, y entonces el Espíritu Santo se incumbe de hacer el resto. Esto sucedió con el apóstol Pedro, que era diligente, pero orgulloso de sí mismo.
Él tenía conciencia de lo que realizaba en el Reino de Dios, por eso, siempre quería tener razón y ser el primero en mostrarse delante del Señor. Y porque recibió la revelación de que el Señor era el Hijo del Dios Altísimo, dejó a su corazón pensar que era más que los demás.
Sin embargo, cuando el Señor Jesús dijo lo que iba a pasar en Jerusalén, Pedro inmediatamente se manifestó como consejero, intentando disuadirlo de la idea de ir hasta allá.
Fue cuando el Señor le dijo: “… ¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.”, (Mateo 16:23).
En otra ocasión, cuando fue puesto a prueba, negó a Jesús tres veces (Mateo 26; Marcos 14; Lucas 22; Juan 18). ¿Cuándo fue que Pedro se arrepintió? Cuando se acordó de las palabras del Señor Jesús: “Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, Me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente.”, (Lucas 22:61-62).
Pedro lloró amargamente, mostrando así arrepentimiento. Hasta entonces él vivía sólo de apariencia, exactamente como muchos que se dicen seguidores del Señor Jesús.
En la hora de la prueba, cuando las circunstancias obligan a revelar lo que está dentro del corazón, ¡es que esas personas muestran si son de Dios de verdad o no!
Las dos órdenes finales del Señor a la Iglesia de Sardis son “guárdalo, y arrepiéntete”. Pero, ¿qué debemos guardar? ¡La Palabra de Dios!
¡Esto no significa colocarla en un estante, lejos del polvo! ¡no! Sino observarla, ejercitando y practicando lo que está escrito en ella, porque es a partir de ahí que el verdadero arrepentimiento sucede.
Nadie tiene la capacidad de arrepentirse mientras está dormido espiritualmente. Por eso, esa secuencia de órdenes termina en el arrepentimiento, como también está escrito: “Por lo cual dice: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo.”, (Efesios 5:14).
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