Fue por amor y obediencia a la Palabra de Dios, que Olindo Gonçalves dejó su patria y amigos para hacer la obra de Dios en el continente africano. Su familia, la esposa y los hijos, lo siguieron en la aventura de conquistar las almas perdidas y llevarlas a los pies del Señor Jesús.
La vida en un país extraño, sin amigos y de otra cultura, siempre sobrelleva una expectativa en el alma, y sólo la fe en Dios puede dar fuerzas en esas ocasiones. Fue en uno de esos momentos, en los cuales nos preguntamos “mi Dios, qué es lo que voy a hacer?”, que el misionero recordó que no estaba solo. Aunque no conociera a nadie en esa tierra, siempre podría contar con el apoyo de otro pastor, hermano en la fe, soldado de la misma guerra que, con seguridad, se alegraría con su llegada y en quien encontraría orientación para el comienzo de su ministerio.
Comenzar es siempre difícil, especialmente cuando se lucha en contra del diablo, en una tierra que no es la nuestra. Hay problemas con la documentación, inmigración, vivienda, escuela para los niños, alquileres y demás cosas de ese tipo. Así él buscó y halló. Había un compatriota radicado en el país hacía muchos años, pastor de otra iglesia. Era todo lo que Olindo necesitaba en ese momento. “Es una bendición de Dios”, pensó él.
La primera vez que se encontraron, después de los saludos, las noticias que el misionero recibió del pastor no fueron muy buenas- de hecho fueron las peores posibles- El hombre estaba sumamente pesimista. Solo hablaba de las dificultades, de la imposibilidad de registrar junto al gobierno un nuevo trabajo, de la falta de unión entre las iglesias y, para finalizar, hablaba de una posible guerra que estaba previendo en breve.
Finalmente, sugirió: “Olindo, sin duda, usted vino en el momento equivocado. Vuelva a su tierra y, quién sabe, de aquí a unos dos años, pueda volver. Usted tiene mujer e hijos, y no va a querer arriesgar a su familia en una guerra, ¿no?”.
El misionero notó que había algo extraño en la manera de hablar del pastor, pero, conversando con los otros radicados en el país, escuchó lo mismo. Ahora, si el país está con tantas dificultades, es justamente allí que Dios necesita de hombres de fe, para amarrar los demonios y cambiar la situación.
Olindo no miró para atrás y continuó su camino. Conocía el poder de Dios, sabía de su llamado y no miraba hacia las dificultades. El trabajo creció; los pastores, que antes no habían ayudado, empezaron a criticar, poniendo defectos en todo lo que Olindo hacía.
Este episodio me hace recordar al caballo, que cuando va a beber agua, al ver reflejada su propia imagen, piensa que se trata de otro animal que viene a beber, y golpea con las patas en el suelo, para espantarlo, pero solo levanta la tierra del fondo y termina tomando el agua sucia.
Jesús dijo:
“A la verdad la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a Su mies.” Mateo 9:37-38
Esta es la gran verdad. La cosecha es inmensa y los trabajadores son pocos, sin embargo están los que creen y actúan justamente de forma contraria: buscan con todas las fuerzas impedir el crecimiento de cualquier otro trabajador, creyendo que se trata de un rival, al igual que el caballo. Por eso hacen de un agua tan cristalina y pura, y tan buena para beber, una agua sucia por sus propias patadas.