En los tiempos bíblicos, un viaje por tierra era algo bastante difícil de realizar. Por eso mismo, solo se hacía cuando no había otra opción – de otro modo, siempre era mejor quedarse en casa.
No se viajaba por placer, como es tan común en los días de hoy. En una época sin las facilidades ofrecidas por los aviones, trenes y ómnibus, había que ir por el desierto – un viaje común que atravesaba una zona mayormente árida, al igual que los escenarios de la Biblia. Ir de una ciudad a otra o de un reino a otro, sólo se efectuaba por motivos políticos, de negocios u alguna otra necesidad extrema.
Quien viajaba por negocios, muchas veces portando riquezas y mercancías, era debidamente protegido. En numerosas ocasiones, los ricos mercaderes ni siquiera iban, sino que enviaban representantes en las caravanas hacia el lugar. Incluso sucedía que enviaban un excedente de mercadería para compensar pérdidas eventuales.
Había peligros de muchas clases: de la naturaleza (tempestades, sequías) y del hombre. El desierto nunca fue una zona segura y pacífica. Estaba lleno de asaltantes, ladrones y, no pocas veces, asesinos crueles, que no pensaban dos veces en matar para apoderarse de los bienes de los viajantes o de violar a las mujeres. El propio apóstol Pablo, férreo viajero, llega a citar alguno de esos peligros:
“En caminos, muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos;”
2 Corintios 11:26
Por lo tanto, viajar en grupo, era una necesidad. De lo contrario, el riesgo era seguro. Hasta Jesús usó la figura de un viajero solitario en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:30-35). Al estar solo, un hombre fue asaltado y golpeado, y lo dejaron moribundo.
Hablando de Jesús, viajar con sus 12 discípulos, además del obvio sentido espiritual de propagar la Palabra durante su vida en la Tierra y después de su muerte y resurrección, también era una necesidad. Por ser perseguido siempre, andar en grupo era mucho más seguro. ¿Quién no se acuerda que, de hecho, Pedro tenía una espada (Juan 18:10)? El arma no estaba en su cinturón porque sí.
Nuevamente hablando de Jesús, cuando tenía 12 años, él y sus padres terrenos viajaron a Jerusalén en grupo para la Pascua – por eso, María y José no notaron que el muchacho no estaba con ellos ni a su alrededor, sino en el Templo (Lucas 2:43), pues creían que estaba entre la caravana con las demás personas, ya que salieron todos juntos.
Tales dificultares solo hacen que valoremos aun más el esfuerzo de los viajeros de la Biblia, que enfrentaron tantos peligros para propagar la Palabra de Dios entre judíos y gentíos de reinos distantes, sin las facilidades y la seguridad del transporte moderno.