Cuando el Señor Jesús estaba preparando a Sus discípulos para la misión, a la vez enfrentaba toda suerte de persecuciones y problemas, y aún así tuvo capacidad de mantener la serenidad y pasarles Su paz, cuando dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”, (Juan 14:27).
En estas palabras nosotros podemos percibir claramente los dos tipos de paz que existen: la paz que viene del Señor y la que viene del mundo. La primera afecta a la intimidad del hombre, mientras que la paz del mundo afecta nuestro exterior.
Es interesante observar que todo lo que afecta nuestro interior es duradero y permanente, pues crea dentro de nosotros un mundo totalmente particular e independiente. Eso es maravilloso, porque no dependemos de terceros para que podamos alcanzar, en este caso, la paz real.
Sin embargo, cuando afecta a nuestro exterior, es decir, cuando las cosas son apenas superficiales, entonces no hay consistencia, como es el caso de la paz que este mundo ofrece. Esta paz está subordinada al prójimo, que, por consiguiente, también depende de otro…
Siendo así, se vuelve inviable. Por ejemplo, es posible que alguien se mantenga en paz con su vecino, debido a su educación, inteligencia y una serie más de premisas.
Sin embargo, no siempre es posible que aquel vecino corresponda aquella conducta, y entonces se crean intrigas y chismes con respecto al otro.
Esto es muy común en nuestra sociedad, porque está poseída por una legión de espíritus inmundos, que actúan a través de las personas que no tuvieron la experiencia del nuevo nacimiento por la Palabra de Dios y por el Espíritu Santo, y así tienen total libertad para provocar todo tipo de conflictos.
El Señor Jesús sabía muy bien al respecto de la inviabilidad de la paz en este mundo. Por eso avisó a Sus discípulos, que esperaban esta paz, diciendo:
“¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo: No, sino disensión. Porque de aquí en adelante, cinco en una familia estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres.”, (Lucas 12:51,52).
Ahí vemos el carácter de la paz que viene de Dios y el de la paz que viene del mundo. Cuando el Señor habló sobre la división que ocurriría dentro de una casa, naturalmente se refería al hecho de cuando alguien pasa a asumir la fe en Su Persona, este alguien debe estar preparado para hacer frente a la oposición, primero dentro de su propia casa, y enseguida entre sus “amigos” más próximos.
El rey David, en su oración, dijo: “En paz me acostaré, y asimismo dormiré; porque solo Tú, Señor, me haces vivir confiado.”, (Salmos 4:8). En otra ocasión afirmó: “El Señor dará poder a su pueblo; el Señor bendecirá a su pueblo con paz.”, (Salmo 29:11).
Amigo lector, usted puede estar muy bien dentro de estos parámetros de vida, si tan solo abre su alma y la derrama delante del Señor Jesús, a través de una oración sincera. El Espíritu Santo se encargará de hacer el resto en su vida. Por lo tanto, no pierda tiempo, ¡hágalo ahora! La paz que usted viene deseando desde hace mucho rebosará en su interior e inundará a aquellos que estén a su lado.
(*) Texto extraído del libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo.