Las grandes tormentas sirvieron para los propósitos de Dios en algunos pasajes de las Escrituras
En la Biblia, no pocas veces los personajes enfrentan tormentas – y no estamos hablando solo en el sentido figurado. Hombres y mujeres de Dios tuvieron que pasar por grandes tempestades, que sirven de ejemplo hasta hoy cuando se trata de perseverancia. Otras veces, los temporales fueron artificios divinos.
“Tempestad” y “temporal” derivan del latín “tempus”, que da la idea de tiempo en el sentido cronológico, y no solo en lo climático. ¿Cómo surgió eso?
Los antiguos nombraron a las tormentas de esta manera porque algunas de ellas sucedían en los mismos períodos todos los años. Un huracán del Atlántico, por ejemplo, es común entre el verano y el otoño. Por lo tanto, en inglés hay dos palabras para las tempestades “tempest” para las que tienen períodos marcados y “storm” para las que no siguen un padrón. Con el tiempo, claro, casi no hay más distinción. Ambas palabras son usadas de la misma manera, independientemente de la temporada.
El Diluvio
La primera gran tempestad contada en la Palabra de Dios fue, obviamente, el Gran Diluvio, que inundó a toda la tierra por intención divina, para recomenzar. Para enfrentar la inundación, Dios ordenó al patriarca Noé que construyera su embarcación grande y famosa, a fin de preservar, como un archivo vivo, a las personas que creían en el aviso del Padre y a las especies de animales.
“Y he aquí que yo traigo un diluvio de aguas sobre la tierra, para destruir toda carne en que haya espíritu de vida debajo del cielo; todo lo que hay en la tierra morirá.
Mas estableceré mi pacto contigo, y entrarás en el arca tú, tus hijos, tu mujer, y las mujeres de tus hijos contigo.
Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada especie meterás en el arca, para que tengan vida contigo; macho y hembra serán.”
(Génesis 6:17-19).
Jonás
Una segunda gran tempestad descrita en la Biblia está en el conocido pasaje protagonizado por el profeta Jonás. Dios le ordenó que amonestara a los habitantes de Nínive, en Mesopotamia, por la escandalosa intensidad del pecado entre ellos, sino la gran metrópoli sería destruida con todos.
“Y Jonás se levantó para huir de la presencia del Señor a Tarsis, y descendió a Jope, y halló una nave que partía para Tarsis; y pagando su pasaje, entró en ella para irse con ellos a Tarsis, lejos de la presencia del Señor. Pero el Señor hizo levantar un gran viento en el mar, y hubo en el mar una tempestad tan grande que se pensó que se partiría la nave.”, (Jonás 1:3-4).
Llenos de superstición, los marineros adjudicaron al inesperado pasajero la crisis y lo arrojaron al agua.
La tempestad fue un artificio del Señor para amedrentar a los marineros y que se deshicieran del profeta desobediente. Hecho eso, Dios hizo que un gran pez lo tragara para, 3 días después, devolverlo a tierra, para que de allí el fuera a la ciudad a la que había sido mandado en un principio. Por el aviso de Jonás, que surtió efecto entre los habitantes, Nínive no fue destruida.
Jesús en Galilea
Aunque no profese la fe cristiana conoce el pasaje en que Jesús calmó una tremenda tempestad en el Mar de Galilea cuando estaba a bordo de una barca con sus discípulos.
Los especialistas alegan que la citada tormenta tuvo origen natural, por un motivo muy creíble: el Mar de Galileam que en realidad es un enorme lago, realmente es blanco de tempestades repentinas. Eso sucede porque grandes frentes de aire seco y frío de las colinas a su alrededor chocan con el aire intensamente húmedo y caliente del lago, provocando la fuerte precipitación, generando vientos de gran velocidad.
No importa que el comienzo del temporal haya sido natural, porque Jesús, aún así lo usó como lección para sus seguidores:
“Y he aquí que se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero Él dormía.
Y vinieron sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
El les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza.
Y los hombres se maravillaron, diciendo: ¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?”
(Mateo 8:24-27).
El naufrágio de Pablo
Muchos conocen varios sucesos concernientes a la conversión y a los grandes viajes misioneros de Pablo de Tarso. Un hecho menos conocido es el de cuando sobrevivió a un gran naufragio, y es en eso que entra la tercera gran tempestad citada en la Biblia.
Como está registrado en Hechos 27 y 28, el Imperio Romano ordenó la prisión del apóstol, que fue llevado a bordo de un navío militar que iba a Italia. Dios habló con Pablo sobre una gran tormenta, de la que lo libraría con vida, así como a los soldados y otros prisioneros. En el Mediterráneo, cuando el viaje estaba hasta ese momento muy tranquilo, en aguas calmas, fueron repentinamente sacudidos de un lado para el otro por el fuertísimo viento conocido como Euroclidón, que parte de Europa hacia el Mediterráneo y puede llegar a la velocidad típica de un huracán, sucediendo típicamente en otoño o invierno. Por más de 10 días, el navío fue sacudido de un lado a otro por la porción mediterránea conocida como Mar Adriático (que baña la coste este italiana), sin control.
Obedeciendo a la orientación de Pablo, los marineros dejaron que el barco siguiera solo, a merced del viento, nuevamente en dirección al gran Mediterráneo, hasta encallar a propósito en una playa de la isla de Malta y ser destruido por las ondas. En el instante, todos los 276 ocupantes, incluyendo a Pablo, se salvaron, nadando hasta la arena y las piedras.
Hayan comenzado natural o divinamente, las tempestades bíblicas, Dios siempre encontró un modo de usarlas para manifestar Su gloria.