La sanidad divina es un hecho consumado. Sin embargo, antes de entrar en el mérito de los dones de sanidad, queremos enfatizar que cualquiera que fueren los caminos para la sanidad divina, jamás alcanzarán el objetivo de la cura completa, mientras que haya un residuo en el corazón del afligido, en el sentido de creer que la enfermedad viene de Dios. Todo y cualquier dolor o enfermedad, jamás fue, vendrá o será oriunda del trono de la gracia, porque si esto fuese verdad, entonces Dios sería incoherente.
Ya vimos que todos los dones pertenecen al Espíritu de Dios y su manifestación es concedida con la mira puesta en un fin provechoso. Es muy difícil para mí aceptar el hecho de que el uso de este don necesite de la fe ajena, siendo que es un don de Dios, una manifestación sobrenatural del Espíritu Santo, que se realiza a través del instrumento humano para la sanidad divina, independientemente de la condición del enfermo, si tiene o no fe suficiente para alcanzar la gracia.
Es evidente que, el instrumento humano, a quien el Espíritu va a usar para tal hazaña, necesita ser preparado a través de ayunos, pero principalmente a través de
cualquier actitud que agrade a Dios, y con oraciones. Uno de los ejemplos del uso del don de la sanidad hecho por el Señor Jesús fue el caso del hombre sordomudo. Él no tenía la más mínima posibilidad de oír las palabras del Reino de Dios y, consecuentemente, no tenía fe para ser curado, pero la manifestación del don de cura del Espíritu Santo a través de Su Hijo Jesús, lo curó completamente (Marcos 7:32).
No es necesariamente obligatoria la manifestación del don de la cura para que el enfermo sea curado, porque si él es un auténtico cristiano, solo basta con que reivindique sus derechos a través de la fe en el Señor Jesucristo, siendo él convertido. La sanidad divina es un derecho adquirido a través del Calvario. No es ni una cuestión de favor o misericordia de Dios, sino una obligación Suya con quien tenga la vida basada en Su Santo Hijo Jesús, porque sobre esto está escrito: “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” Isaías 53:4, 5
Observe bien el tiempo de los verbos “fuimos sanados” en pasado, es decir, ¡las enfermedades y dolores que tenemos hoy son una mentira del diablo porque por el Señor Jesús ya fuimos sanados! “Pero ¿cómo fuimos sanados -pueden decir- si yo siento dolores y los exámenes radiográficos, los de orina, sangre y heces dan todos positivos?”. Sí, sin embargo, de la misma forma en la que el Señor Jesús dijo a satanás, nosotros también tenemos que decir al dolor: “¡Cáncer, parálisis, o cualquier otro dolor o enfermedad: está escrito, por las llagas de mi Señor Jesús yo ya fui curado; por lo tanto, sal inmediatamente de mi ser y nunca más vuelvas!”.
Crea esto, y entonces haga conforme a su fe, como si nada estuviese actuando en su cuerpo. A partir de este exacto momento la raíz de la enfermedad o dolor muere y los síntomas irán desapareciendo. A veces, gradualmente, a veces instantáneamente, dependiendo de la fe de la persona. Debemos vivir continuamente del ejercicio de la fe y no de las demostraciones o testimonios eventuales del don de sanidad.
Es profundamente interesante que en ninguna parte de los evangelios el Señor Jesús haya dado orden a sus discípulos para orar por los enfermos; sino que, cuando Él llamó a los doce apóstoles, les dio las siguientes instrucciones: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.” Mateo 10:7, 8
Después, el Señor llamó a otros setenta más y les dio nuevas órdenes. Finalmente, después de resucitar y antes de ascender a los cielos, nos dejó una orden: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.” Marcos 16:15?18
Podemos concluir que el ministerio de la sanidad divina es bastante diversificado, porque a veces funciona a través del don de la cura, movido por el Espíritu Santo a través de su ministro o siervo en favor del necesitado, a veces funciona a través de la propia fe de la persona enferma, que demanda sus derechos en Cristo Jesús, a veces por la fe colectiva. Sin embargo, siempre dentro de la voluntad de Dios para con todos los necesitados.
Y como el Señor Jesús dijo: “El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”, (Juan 10:10).
En estas simples palabras percibimos claramente la voluntad de Dios para con todos los que en Él creen de todo corazón.
Texto extraído del libro “El Espíritu Santo” del obispo Edir Macedo