Para que podamos entender respecto a la necesidad de que el Señor Jesús fuera bautizado, tanto en las aguas por inmersión como con el Espíritu Santo, es necesario que se conozca que Él vino a este mundo de la misma manera que todo ser humano, con solo una gran diferencia: Él fue generado en el vientre de la virgen María por obra y gracia del Espíritu Santo.
Su manifestación aquí en la Tierra, antes de morir, resucitar y ser glorificado era exclusivamente humana, como la de cualquiera de nosotros; es así que encontramos en las descripciones de los evangelistas referencias al Señor Jesús como el Hijo de hombre mostrando Sus necesidades humanas, como: cansado del viaje… (Juan 4:6), sediento… (Juan 4:7), durmiendo sobre un cabezal… (Marcos 4:38), llorando… (Lucas 19:41).
Todo eso presenta a Jesús como humano, necesitando condiciones especiales para resistir a los deseos de Su carne y ejercer Su ministerio, para lo cual Él había venido. Era imprescindible que Él recibiese tanto el bautismo en las aguas como el del Espíritu Santo, lo que sucedió cuando tenía 30 años de edad y, en consecuencia, fue capacitado para comenzar Su ministerio terrenal.
Si el propio Señor Jesús necesitó ser bautizado, tanto en las aguas como en el Espíritu Santo, para iniciar Su ministerio, ¡cuánto más nosotros que hemos cometido tantas fallas, errores y pecados!
El bautismo de los apóstoles
Todos nos quedamos perplejos ante las actitudes de los apóstoles delante del Señor. Judas Iscariote, que fue quien Lo traicionó, Pedro, que Lo negó tres veces antes de que el gallo cantara, Santiago y Juan, que Le dijeron al Señor que hiciera descender fuego del cielo para consumir a los samaritanos. Cada uno de ellos cometió al menos un error grave delante del Señor Jesús, y cuando más el Señor los necesitó, Lo abandonaron y huyeron dejándolo solo. No obstante, aun así, continuaron siendo llamados apóstoles del Señor, con la excepción, naturalmente, de Judas Iscariote.
La pregunta es: ¿Qué les hizo cambiar de actitud para transformarse en la base de la Iglesia primitiva y, con coraje y fe, enfrentar los desafíos de la propia muerte, siendo torturados, pasando por la prueba del escarnio y los azotes, de cadenas y prisiones, apedreados, cortados por la mitad, asesinados con espadas, peregrinos, vestidos con pieles de ovejas y de cabras, necesitados, afligidos, maltratados, errantes por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por los antros de la Tierra? Solo existe una única respuesta: el bautismo del Espíritu Santo los capacitó para enfrentar a todos estos desafíos y, aun así, prevalecieron por el poder de la fe que el bautismo con el Espíritu proporciona.
En realidad, ¿cuántos son los cristianos que por mucho menos han dejado la fe para seguir el curso de este mundo vil? ¿Cuántos son aquellos que abandonan a causa del fuego de la prueba? Los apóstoles soportaron todo esto a causa de la inmersión del Espíritu de Jesús que estaba sobre ellos: después de la resurrección del Señor y Su aparición entre ellos en el Cenáculo, el Señor Jesús sopló el Espíritu Santo sobre todos, que hasta entonces no Lo conocían, y a partir de este momento se convirtieron en verdaderos instrumentos del poder de Dios.
Texto extraído del libro “El Espíritu Santo” del obispo Edir Macedo
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