El dolor que nos causa el sufrimiento es igual al que lastima a quien amamos. La compasión es una actitud evidente en una persona virtuosa, que, además de demostrar que le importa de verdad el otro, permanece fiel a las enseñanzas del Señor Jesús.
Él se compadece de nuestros problemas. Sufre cuando sufrimos y, por eso, está a nuestro lado en todos los momentos, para apoyarnos en las decisiones más difíciles. La Palabra nos orienta y nos da el bienestar necesario para que podamos actuar de la mejor manera con quien necesita ayuda.
Así como en la parábola del hijo pródigo, que pidió los bienes a su padre y fue a vivir la vida de manera disoluta, hasta que la riqueza se terminó y él comenzó a pasar hambre. Se arrepintió y volvió a su casa.
“Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.” Lucas 15: 20-22
¿Cuántas personas hoy no han sufrido con las aventuras de sus seres queridos y, llenos de compasión, esperan ansiosamente el momento de aceptarlos de regreso en la seguridad del hogar?
La espera puede ser sufrida, pero nuestra perseverancia y convicción nos hará vencer. Porque por más intensa que sea la aflicción, dura poco. El sufrimiento es temporario cuando creemos. La fe en Dios, en nosotros y en el prójimo nos fortalece y nos permite extender la mano siempre que fuere necesario.