La sensación de que todos deben saber todo lo que estamos haciendo es recurrente en la era en que vivimos, atravesada por dispositivos móviles y redes sociales. Nunca se vio tanta actualización con fotos de los mismos autores del post, o de dónde o con quién están.
Parece una competición más, una carrera virtual: cuántos lugares más yo visité, quién es mi amigo, cuántos vídeos, fotos y pensamientos postee hoy. Lo importante es saber de cuántas experiencias tiene la foto o un pensamiento de esa vez, aunque no signifique nada para usted.
Eso puede llevar a alguien a volverse blanco de un público que no conoce y, también, transformarse en alguien que no es. Alguien que está presente en lugares que no le gustan tanto, que hace lo que los otros hacen, o postea algo que quizás ni aprueba, solo por su popularidad online.
Ese comportamiento puede ser el reflejo de alguna inseguridad de quien vive online para ser reconocido y, por eso, postea su vida en tiempo real. Parece que las personas están más preocupadas en mostrar quienes ellas no son en realidad. Siendo que lo más importante es ser quien somos delante de Dios.
También es importante, que compartamos momentos especiales y felices de nuestras vidas con quien amamos. Pero experimente hacer eso más veces en vivo, en los encuentros y reuniones en casa, en la escuela, en la iglesia. ¿No sería mejor prestar más atención en el sujeto y no en lo qué está sucediendo alrededor?
Mire, escuche a la persona sentada a su lado, o de pie ante tantos alumnos en el aula, o en el altar frente a todos en la iglesia. Seguimos la Palabra para amar y respetar al prójimo y a nosotros mismos, en nuestras elecciones y decisiones, tanto personales como virtuales.
No se pierda en medio de tanta información o requisitos. Enfoque sus pensamientos, sea firme en su fe y sepa priorizar lo que es realmente importante para usted. Después, usted podrá compartir, sin necesitar solo mostrar que hizo, sino porque hizo algo significativo de verdad.