No obstante la definición correcta del término pecado sea la transgresión de la Ley, de acuerdo como está escrito: “Todo aquel que comete pecado, infringe también la Ley, pues el pecado es infracción de la Ley.” 1 Juan 3:4
Aún así, hay mucho más para considerar sobre lo que realmente significa pecado. Es la desobediencia voluntaria o involuntaria a la Palabra de Dios. Podemos constatar esto, allá en el Jardín del Edén, cuando Adán rechazó obedecer la Palabra de Dios para obedecer la palabra del diablo. Ésta es la tónica principal del pecado: cuando obedecemos a Dios, nos sometemos a Él; porque aquél a quien sometemos nuestra vidas por la palabra, nos volvemos siervos. Cuando desobedecemos al Señor, automáticamente, obedecemos al diablo y, por eso mismo, les sometemos nuestras vidas, cayendo en el pecado.
A partir del momento en que rechazamos la Palabra de Dios, nos tornamos presa fácil del diablo a quien, conciente o inconcientemente, pasamos a obedecer. En otras palabras: el pecador es como aquel hijo cuyo padre lucha para criar y educar; pero cuando él crece, deja de honrar a su padre para honrar, en obediencia, al enemigo de su padre. ¿Eso es justo?
¿Cómo nace el pecado?
El pecado brota de una manera muy simple y fácil. Normalmente, se produce un verdadero atrevimiento por parte del pecador, que intenta justificar su pecado, alegando que fue sin querer, o porque no estaba vigilando o fue tomado de sorpresa. Todo eso es mentira y hace que el pecado se agrave todavía más, porque quien procede de esta manera, no está realmente arrepentido.
En realidad, no hay pecado involuntario. Cualquier acto humano incluye la voluntad y la intencionalidad, sin las cuales no existe responsabilidad.
Cuando alguien comete algún error pecaminoso, lo hace por libre y espontánea voluntad, pues como está escrito:
“No os ha sobrevenido ninguna prueba que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser probados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con La prueba la salida, para que podáis soportar.” 1 Corintios 10:13
Eso significa decir que nadie es tentado de tal manera que no pueda resistir. Lo que realmente sucede es que el pecado es como una semilla plantada en el corazón y que se va desarrollando en forma gradual hasta que pueda fructificar, es decir hasta que pueda nacer.
El diablo siempre trae la tentación, ofreciendo sutilmente las cosas que agradan a los ojos, como hizo con Eva, que luego de haber oído sus palabras, comenzó a observar los detalles del fruto prohibido, de acuerdo como es narrado en la Biblia.
“Al ver la mujer que el árbol era bueno para comer, agradable a los ojos, y deseable para alcanzar la sabiduría; tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió al igual que ella.” Génesis 3:6
El pecado puede nacer a través de una simple voz o consejo de alguien – un familiar, amigo o ser querido – que con buenas intenciones, intentando ayudar, termina llevando a la persona a cometer un gran error frente a Dios.
Por ejemplo, cuando el Señor Jesús comenzó diciendo a sus discípulos que era necesario seguir hasta Jerusalén y sufrir muchas cosas, inclusive ser muerto y resucitado en el tercer día, Pedro, entonces, bien intencionado, llamándolo a otra parte, comenzó a reprobarlo, diciendo:
“Señor ten compasión de ti mismo; en ninguna manera eso te acontezca.” Mateo 16:22
Aquella voz ciertamente no era la de Pedro, sino de satanás. De la misma forma ¡cuántas personas han caído en pecado por escuchar voces inocentes e ingenuas!
Debemos tomar como ejemplo al propio Señor Jesús que, inmediatamente, reprendió aquella idea diabólica, no esperando sacar otras conclusiones de ese consejo.
Existen personas que desean ver y, por curiosidad, son atraídas por el pecado. Su pensamiento es doblemente bombardeado, primeramente por la duda y luego por el deseo, en una acción demoníaca que pasa a esperar el nacimiento del pecado.
Eva vio que el árbol era bueno para comer. El Espíritu Santo nos llama mucho la atención para la concupiscencia de los ojos, que es nada más que codicia o ganancia provocada por los ojos que, a su vez, nunca se cansan de ver.
Ésa es la razón por la cual el Señor Jesús afirmó que los ojos son la lámpara del cuerpo, significando que nuestro cuerpo está sometido a la luz que los ojos reflejan. Si los ojos fuesen buenos, es decir, si no provocasen la ganancia o la codicia, deseos ilícitos y pecaminosos, entonces todo el cuerpo será iluminado o bendecido; pero, si acaso los ojos fuesen codiciosos, atraerán hacia el cuerpo todos los tipos de pecado, transformándolo, verdaderamente, en tinieblas.
Cualquier pecado tiene su comienzo en la mente, ya sea por las palabras diabólicas, ya sea por las imágenes visuales. Si es reprendido antes de llegar a la mente, entonces resulta más fácil vencerlo; no obstante, si lo dejamos asentarse en el corazón (mente), entonces resulta más difícil expulsarlo, pero no imposible. Para eso, basta confesarlo al Señor Jesús y pedirle que lo aleje del corazón.