En la antigua ciudad de Capernaúm sucedió un hecho maravilloso que ejemplifica bien la fe inteligente:
“Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré. Respondió el centurión y dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra, y mi criado sanará.
Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe.
Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes.
Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora.” (Mateo 8:5-13).
Ese texto resalta el tipo de fe buscado por Jesús, que es la fe inteligente. No apenas porque ella busca una razón para creer, sino sobre todo porque lleva al fiel a ofrecer a Dios un culto racional e inteligente.
El centurión justificó su creencia en Jesús porque creía en la autoridad de Su Palabra. Él mismo estaba acostumbrado tanto a obedecer como a ejercer autoridad, basado en la autoridad de una palabra. “Manda quién puede y obedece quien tiene juicio”, es la ley natural de la autoridad en el mundo.
El centurión encontró en Jesús la razón de su creencia. Aquel hombre reconoció Su autoridad divina y le pidió apenas una palabra. La Palabra que sale de la boca de Dios no puede volver vacía, sino que cumple su objetivo: “Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías 55:11).