¿Por qué nadie merece nada de Dios? Porque Dios es santo, puro, perfecto y todos los seres humanos son, en lo mínimo, pecadores, impuros e imperfectos en su carácter. Dada esa distancia infinita que nos separa del Altísimo, nadie está apto por sí mismo a tener acceso a Dios.
Pero, como para Dios nada es imposible, Él trazó un plan por el cual cualquier pecador, por peor que sea, tenga acceso a Su presencia y se haga merecedor de Su atención y bendición.
La fe es el medio por el cual cualquier persona puede hacerse merecedora. Obviamente no estamos hablando de la fe teórica asumida de forma natural por el mundo, sino de la fe práctica.
Teóricamente todo el mundo cree en Dios. Algunos hasta creen en Jesús como Salvador, creen en Su Palabra, en sus profetas y en su Iglesia, pero, en la práctica, no asumen esa creencia con obediencia.
Y como la fe exige obediencia, actitud y acción, es difícil para ese tipo de creyentes tomar posesión de las promesas divinas. Esa es la razón por la cual la mayoría de esos creyentes creen en un Dios grandioso, pero viven una vida muy mezquina. Su problema es el resultado de una fe sin obras.
La fe sin obediencia puede hasta funcionar en la hora de la muerte, como fue el caso del ladrón en la Cruz, pero, en la vida diaria, el cristiano tiene que practicarla para conquistar sus beneficios y sobre todo la Salvación de su alma.
Porque si la persona no tiene fe para conquistar las cosas mínimas, ¿cómo podrá conquistar la mayor de todas las bendiciones, que es la Salvación de la propia alma? La obediencia a la Palabra de Dios es la práctica de la fe y viceversa.
La práctica de la fe transforma al pecador en merecedor delante de Dios. Es el caso de Abraham. Él fue considerado justo, o sea, merecedor de las bendiciones del Señor por causa de su obediencia en la práctica de su fe. Como está escrito: “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció…” Hebreos 11:8).
La expresión “ayúdate que yo te ayudaré”, que atribuyen a Dios, sucede en la práctica, pues quien quisiera hacer para merecer las respuestas de Dios tiene que manifestar la fe.
El apóstol Santiago pregunta: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?” (Santiago 2:21). Eso quiere decir que Abraham materializó su fe por medio de su obediencia.
Eso fue suficiente para que él fuese considerado justo delante de Dios y merecedor. Él no solamente creyó, sino que tomó una actitud en relación a su creencia.
Ese tipo de obra es la que apunta a la verdadera fe; por eso Santiago afirma que sin obras la fe está muerta. Podríamos hasta agregar que la fe sin obras es mortal, porque hace a la persona pensar que con el hecho de tener fe ya es suficiente.
El hecho es que la obediencia a la Palabra del Señor convierte al pecador en merecedor, justo y santo delante de Dios; por esta causa viene el cumplimiento de Sus promesas.
La Biblia define a Dios como galardonador de aquellos que Lo buscan. Tal búsqueda se da cuando se practica u obedece Su Palabra. Y siendo Él galardonador, Su trabajo es premiar a los que son merecedores de recompensas, aquellos que se destacan.
La Biblia no dice que Dios es donante porque donar significa regalar a cualquiera, pero galardonar significa premiar a los que merecen. ¡Ahí está la gran diferencia!
El que diezma fielmente, por ejemplo, se hace merecedor de las riquezas divinas, o sea, él tiene derecho al “premio” prometido por Dios. ¿Qué tipo de premio? Bendiciones sin medida, conforme está escrito en Malaquías 3:10: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice el Señor de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”.