Recientemente el pastor Cleiton Siqueiro tuvo su historia de vida publicado en el blog del obispo Edir Macedo. El escribió al obispo contando su trayectoria de padre a pastor. Lea el sorprendente relato:
¡Querido obispo Macedo!
Antes que nada quiero decir que si no fuera por la misericordia de Dios, su fe y su sacrificio, hoy no estaría vivo, ¡y mucho menos salvo!
Nací dentro de una familia tradicional católica, descendiente de portugueses e indios. Mi tatarabuela tuvo dos hijos, que fueron cardenales de la cúpula de la Iglesia Romana. Debido a esa tradición, fui creciendo siempre pensando que un día sería también cardenal.
A los 8 años mis padres me matricularon como interno en un colegio católico, en la ciudad donde nací. Entré de cabeza para alcanzar ese objetivo y seguí los estudios. Pasada la etapa de la infancia, enseguida vino la adolescencia y empecé a trabajar más cerca de los padres parroquiales. Me hice monaguillo desde niño, e inclusive iniciaba novenas, rosarios y rezos.
Completado el 1° grado, me transfirieron a la capital, para continuar los estudios en un colegio mayor y mejor. En este período, fui tomando clases de teología, filosofía y liturgia – todo dentro de los parámetros del Vaticano. Tras dos años en este ritmo académico y religioso, comencé a tener serios problemas de salud y, con el correr de los meses y los años, comencé también a tener perturbaciones espirituales. Escuchaba voces, veía sombras y veía también fuego en los ojos de las imágenes, o veía que los bancos se movían violentamente. Sufría dolor de cabeza constante tan fuertes, al punto de no soportar la claridad y me ataba hasta alambre en la cabeza para intentar aliviar el dolor.
En medio de este período, pase de seminarista a novicio y me fui a vivir a Minas Gerais, para encuentros y retiros. Sin embargo, antes de salir de Goiás, había una señora, ya de edad, que trabajaba para mí y para todos los demás que vivían en el mismo edificio. Sin explicación, un día me abrí con ella y le conté todo lo que me estaba pasando. Yo era muy arrogante, nervioso, prepotente y maltrataba a las personas subordinadas, pero a ella no lograba maltratarla o humillarla. Yo no lo sabía, pero ella era miembro de la Iglesia Universal, de la que yo decía que era una iglesia protestante.
Después del período en Minas Gerais, regresé a Goiás. Estaba cada vez peor de salud, de carácter y de fe. Comencé a tener desmayos constantes. Nunca tuve inclinación hacia la homosexualidad ni hacia la pedofilia, a pesar de haber visto algunos casos de desvío sexual que sucedieron con personas cercanas.
Consultaba a mi director espiritual y él me decía que tenía que consultar a un buen psiquiatra, porque mi problema era normal, y que las visiones de sombras y la audición de voces serían eliminadas a través de la parapsicología. Intenté ese recurso, pero no sirvió: seguí peor, al punto de estar fuera de mí y no saber donde vivía (incluso estando frente a mi casa) ni quién era. Sin embargo, continuaba haciendo las misas, estudiando, dando clases y viajando.
El último año que estuve en la Iglesia Romana (ya con los votos de pobreza, castidad y obediencia temporales, dirigiéndome a los perpetuos) de un total de siete, fue el peor de toda mi vida. Todo lo que relaté hasta aquí de sufrimiento, angustia, depresión, enfermedades y perturbaciones, se multiplicó, y la señora de la que hablé anteriormente me confesó que ya estaba haciendo Campañas y cadenas de liberación hacía varios años para que yo fuese liberado de todos esos principados y también para que naciera del Espíritu Santo.
Me dijo que siempre ungía mis ropas con aceite de Israel y ponía sal consagrada en mi comida. Pocas veces, algunos pastores y profetizas de iglesias evangélicas intentaban dialogar conmigo, pero yo los corría con la escoba porque les tenía rabia a los creyentes, y no lograban nada. Ningún creyente de ninguna otra denominación conseguía dialogar conmigo, pero, por medio de la fe, perseverancia y sacrificio de esa señora, a quien también estoy eternamente agradecido, comencé a abrir la mente y a usar la inteligencia.
Quería tomar la decisión de desligarme para siempre de la Iglesia Romana, para buscar mi liberación. Fue una lucha interior gigantesca pero logré tomar la actitud de irme. Durante tres meses pasaba por la puerta de la IURD y no entraba, avergonzado, pensando que si algún parroquiano me viese entrar estaría perdido, porque nadie sabía aun que yo estaba oyendo, todas las noches, la palabra del obispo Macedo en la radio de la iglesia. Hasta que usé la cabeza y me dije a mí mismo: “¡No tengo nada que perder! Nadie me curó ni me liberó hasta ahora”. Y lo peor es que estaba haciendo de todo dentro de la iglesia Romana y no estaba seguro de mi salvación.
Fue un miércoles que entré decidido a todo o nada a la Iglesia Universal del Reino de Dios que, en esa época, estaba sufriendo la persecución infernal de la Red Globo y de la Iglesia Romana. Aquella noche la prédica, que duró 45 minutos, fue toda para mí. El pastor habló todo al respecto de la maldición de la idolatría, y enseguida, al final del culto llamó para un bautismo en las aguas. No sé explicarlo bien, pero en ese momento algo cambió dentro de mí. Decidí dejarlo todo para buscar una nueva vida, principalmente espiritual.
Entonces me dije a mí mismo: “¡Voy a abandonar todo lo que me une al Vaticano y voy a entregarme a este Dios Vivo!”. ¡Y me bauticé! Comencé a hacer las cadenas en la iglesia todos los días. Muchas veces iba y regresaba caminando durante cinco horas. Durante las oraciones fuertes de liberación temblaba como una hoja y sentía que salían montañas de mi cabeza y de todo mi cuerpo. No llegué a manifestar con garras ni de rodillas, pero estaba poseído hasta los pelos de mi cabeza. Lo que me liberó por completo fueron las enseñanzas de los domingos y miércoles. Fui totalmente curado de alma, de cuerpo y, principalmente en la mente, pues el fuego del Espíritu Santo entró y cambió mi carácter, mi genio, y me confirmó la certeza de la salvación, del nombre en el Libro de la Vida y de la corona de la vida.
Un detalle importante: cuando me fui de la Iglesia Romana, la desvinculación, aparentemente, fue tranquila. Pero, cuando la cúpula se enteró por intermedio de mi familia, de que había sido bautizado en la IURD, se pusieron furiosos y amenazaban diciendo que tuviera cuidado con mis palabras, porque podría sufrir consecuencias muy malas yo y mi familia.
Toda mi familia también se indignó fuertemente en contra de mi nueva fe, a tal punto que mi padre me amenazó con sacar mi nombre de su testamento, alegando que si no salía de la IURD no sería reconocido más como su hijo, y sí como la oveja negra de la familia.
¡En ningún momento dudé de mi bautismo y continué firme en la fe! Pero, confieso que fue un año de ataque total de todos y de todo. Ellos me enviaban recados a través de mi familia, intentando un nuevo acercamiento. Sin embargo, cuando el cardenal principal vio que yo estaba decidido en la fe, cambió de táctica y empezó a ofrecerme cargos, salario alto y bienes materiales. Todo eso para que volviera a ser soldado romano, aunque no fuese como padre sino como miembro activo.
Llegaron a decir que hasta podía irme a la Iglesia Bautista, Anglicana o Presbiteriana, pero no a la IURD. Yo no respondía ninguno de los recados enviados y ni concurrí a ninguna de las reuniones supuestamente marcadas, porque ya tenía conciencia de que era una trampa del engañador.
Empecé a trabajar comenzando una vida secular normal. Hasta que, aparentemente, dejaron de perseguirme. Después de mi liberación, entré en el grupo de evangelización, pues nació en mí un deseo de evangelizar –que antes no existía, debido a las frustraciones del pasado. En esa etapa fui sellado con el Espíritu Santo y, un tiempo después, levantado a obrero. Poco a poco fue despertando en mí un amor consciente y real, sin profesionalismo, por las almas sufridas. Cuando el pastor regional llamó a los que tenían el deseo de dejarlo todo para dar la propia vida en ofrenda por ellas, tomé la decisión de aceptar. Fui levantado a iburd y, consecuentemente, a auxiliar.
En ese momento ya estaba de novio con una obrera, que hoy es mi esposa. Cuando ella llegó a la IURD ya estaba de obrero y la ayudé en la liberación y en el nuevo nacimiento. Por increíble que parezca, sin ninguna segunda intención, pues ni pasaba por mi mente que ella era la tuerca y yo el tornillo.
Después de dos años como pastor soltero, nos casamos y, por la misericordia, fuimos consagrados algún tiempo después. Hicimos la Obra en la capital y en el interior de Goiás. Hasta como pastor de la IURD, sufrí también fuertes ataques de algunos superiores, que decían que yo era un jesuita escondido y que iba a traicionar a la iglesia. Decían que era falso y estaba infiltrado, mandado por los jesuitas.
Después de un tiempo ellos mismos traicionaron a la Iglesia Universal, haciendo el papel de un jesuita.
Después de seis años en Brasil, el Espíritu Santo nos envió a la República Dominicana, y estamos cumpliendo siete años aquí, luchando para salvar almas.
¡Que Dios bendiga a todos!
Pastor Cleiton