Hoy en día existe una preocupación muy grande por la apariencia. El ser humano tiende a cuidar su cuerpo exageradamente. Ejercitarse, para algunos, es una obsesión. Muchos hacen caminatas. Otros hacen ejercicios habitualmente y buscan tener una dieta balanceada. Es indiscutible la cantidad de beneficios que le otorga a la salud, pero buscar el equilibrio en esas acciones siempre es una buena actitud.
Así como muchos cuidan solamente sus cuerpos, otros tantos olvidan tener a Dios en sus vidas. Como resultado, no logran tener éxito frente a las enfermedades, dificultades económicas y las adversidades de la vida. Cuidar solo del cuerpo y olvidarse de la mente y de la fe en Dios es un gran problema.
En Lucas 4:4 está escrito: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra de Dios.” Para entender esta cita bíblica, vamos a hablar sobre el cerebro y sobre Dios.
¿Qué hace el cerebro?
Pesa un poco más de medio kilo, el cerebro es un órgano complicado que rige nuestra vida. El cerebro también envejece. Precisa cuidados especiales y ejercicios para mantenerse activo, ya que después de todo, desempeña diversas funciones: desde controlar la respiración hasta resolver un intrincado cálculo matemático.
Aun cuando no nos damos cuenta, él trabaja: durante una caminata, si hacemos compras en el shopping, si conversamos, e incluso durante la noche, cuando soñamos.
Eso solo es posible debido a una compleja red de más de 100 millones de células nerviosas. El cerebro también es el responsable de la formación de la personalidad y de los sentimientos.
Trabajar la mente
A partir de los 25 años, las neuronas comienzan a disminuir y el cerebro encoge, perdiendo del 5% al 10% del peso. También surgen alteraciones bioquímicas, como deficiencia de serotonina, dopamina y glutamato. Las consecuencias de esas alteraciones son las pérdidas de la función cognitiva. Surgen pequeñas fallas en la memoria y una cierta dificultad de aprender cosas nuevas.
Aun así, hay una serie de acciones que pueden auxiliar en el buen funcionamiento del cerebro. Las actividades sociales y de ocio son importantes. Hacer amistades y compartir experiencias, al igual que ver un film o una obra teatral, visitar museos y viajar para conocer nuevos lugares son óptimos estímulos para la mente.
A pesar de su envejecimiento natural, es importante saber que el cerebro es un órgano que tiene una gran capacidad de adaptarse de acuerdo a su interacción con el ambiente. Si fuera estimulado y se mantuviera activo, las alteraciones causadas por el envejecimiento son mínimas o imperceptibles.
El cerebro y Dios
La inteligencia es un conjunto complejo de habilidades cognitivas, fruto de la genética y del ambiente. Si dejamos de pensar, y eso es realmente importante en ese momento, volverse inteligente es un ejercicio que dependerá mucho de nosotros mismos.
Para que eso suceda, es importante saber sobre la importancia de Dios y del cerebro. Hay un dicho popular que nos ayuda a tener una dimensión de esto: “Cuando la cabeza no piensa, el cuerpo padece.” En la práctica, eso quiere decir que si no asumimos el control de nuestras vidas, de nuestro cuerpo, no tendremos las riendas de nuestro destino y de nuestra felicidad.
La fe inteligente es un ejercicio mental con Dios
Ahora imagine una comparación entre el trabajo del cerebro y la presencia de Dios en nuestras vidas: el cerebro es un complicado órgano que nos ayuda a hacer nuestras elecciones. Si dejamos de utilizarlo, se atrofia. El cerebro también es el responsable de la formación de la personalidad y de los sentimientos (es decir que controla los sentimientos, y no al revés).
Dios también rige nuestras vidas. Su presencia en mayor o menor medida también depende de nuestro ejercicio. Si permitimos Su presencia e influencia será mejor nuestra jornada. Al igual que el cerebro, aun cuando no lo notamos, Dios trabaja en nuestras vidas: en la actividad profesional, en el ocio, en nuestra casa, en todo.
Si a partir de una cierta edad, el cerebro comienza a cambiar y la “falta de uso” puede ser perjudicial para nosotros, en cuanto a Dios sucede lo mismo. En el momento en que tenemos una mínima comprensión de los hechos y no ejercitamos la Palabra de Dios en nuestras vidas, también somos perjudicados.
En ese instante la frase “cuando la cabeza no piensa, el cuerpo padece” comienza a tener sentido. Generalmente, en esas ocasiones nos dejamos llevar por las emociones y tomamos decisiones equivocadas. Si la inteligencia es un conjunto complejo de habilidades, fruto de la genética y del ambiente, nuestra felicidad es resultado de nuestras acciones y de nuestra experiencia con Dios.
Si por un lado, debemos ejercitar nuestro cerebro para que se mantenga siempre joven y activo, haciendo amistades, leyendo libros y teniendo momentos de esparcimiento, por otro lado, también debemos ejercitar la fe en Dios y cultivar nuestra relación con Él, para que se mantenga vivo y presente en nuestros caminos.
La fe racional implica el ejercicio constante del racionamiento. Por eso, es sobrenatural e inteligente. ¿Por qué? Porque no está apoyada en la emoción humana, sino en la capacidad racional de aceptar y practicar la Palabra, cuya fuente es el Supremo Ser de la inteligencia y del saber: el Señor Jesús.