Elcana tenía dos mujeres: Penina que tenía hijos, y Ana que deseaba, pero no lograba quedar embarazada (1 Samuel 1:2).
A lo largo de los años Penina irritaba y provocaba a Ana porque no era madre (1 Samuel 1:6). Eso entristecía su corazón, lo que la hacía llorar siempre en la presencia del Señor. Sin embargo, un día ella hizo una oración específica, pidiéndole un hijo a Dios, que ella entregaría para servir al Señor. Y así, el clamor de Ana fue respondido (1 Samuel 1:10 y 20).
Fe incesante
A pesar de que Ana sufría por las agresiones de su rival Penina, por no tener la comprensión de su esposo sobre su sufrimiento (1 Samuel 1:8) y porque su entrega no era comprendida por el sacerdote Elí, que la tuvo por ebria (1 Samuel 1:12-16), ella no dejó de creer que Dios podía darle el hijo que tanto deseaba.
Lo más interesante es que no se molestó con nadie, sino que mantuvo el equilibrio, porque colocó toda su ansiedad y su sufrimiento en el Altar del Señor.
¿Cuando deseamos algo que no tenemos hacemos también eso? ¿O nos desesperamos, perdemos la compostura y también la fe?
Tenemos que aprender como ella no desistir y a creer que viviremos lo mejor de Dios en nuestra vida. No debemos dejarnos llevar por las opiniones de las personas, por las circunstancias o por no ver que algo sucede.
Eso es tener fe.
La entrega de la promesa
Ana quedó embarazada y dio a luz a Samuel. Poco tiempo después de que fuera destetado, lo consagró a Dios y lo entregó al sacerdote Elí, para que con él sirviera al Señor, así como cuando ella oró e hizo un voto con Él (1 Samuel 1:24 y 2:11).
Ana fue una mujer de palabra. Al nacer Samuel, ella sabía que era fruto de su oración y de una promesa de consagración, por eso tenía que poner su fe en práctica.
Imagínese lo que sufrió al desprenderse de su hijo. Sin embargo, Ana no se sujetó a ese sentimiento, ella quería de verdad servir al Señor con el milagro de vida que Él mismo le había concedido.
Quizás este sea un secreto: Dios nunca puede darle algo que usted no pueda darle a Él. Dios no quiere que usted viva preso a nada ni a nadie, Él quiere darle lo mejor de esta Tierra, pero eso no puede ocupar Su lugar en su vida.
Vaya hasta el fin. Coloque su fe en acción. Despréndase de los sentimientos de posesión y consagre lo mejor de usted a Dios. Ana hizo eso al consagrar a Samuel al Señor y su hijo se convirtió en un sacerdote y escribió una bella historia de obediencia y consagración.
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