Israel tiene dos grandes lagos que, de tan grandes, se los conocen como mares.
Uno es el Mar de Galilea, donde Jesús caminó sobre las aguas, encontró discípulos, multiplicó panes y peces. De este se toma gran parte del agua que abastece al país, que mata la sed e irriga grandes siembras. Las zonas urbanas y rurales situadas en sus márgenes tienen un verde que realza el paisaje, son fértiles, de naturaleza exuberante. Buena parte de los peces consumidos en la región, desde los tiempos bíblicos, provienen de este lago. Los visitantes locales – y turistas – nunca dejan de maravillarse de su belleza subacuática, en su coloridísima abundancia de flora y fauna.
El Mar de Galilea es vida por todos lados.
El otro es el Mar Muerto. Diez veces más salado que los océanos de la Tierra, no permite la vida de peces ni de otros seres acuáticos (solo se desarrollan unos pocos microorganismos específicos). La tierra en sus alrededores es seca, pobre, fea. Nadie logra sumergirse (la densidad de la sal lo impide) o permanecer mucho tiempo en el agua, ya que el clorato de sodio quema la piel. El fuerte sol empeora la situación.
Por todos lados, el Mar Muerto está muerto de verdad.
Lo interesante es que ambos se alimentan del mismo río, el Jordán.
El curso del agua, en el que el propio Mesías fue bautizado por su primo Juan, alimenta primero al Mar de Galilea, por su exuberancia alcanza la superficie por arriba y por debajo. Las ciudades y los campos florecen. Conductos y canales llevan el agua, distribuyendo vida en Israel. El Jordán lleva al resto del país, la riqueza de la vida que recibió de la naturaleza de Dios. Todo a su alrededor es productivo, bello, crece y se desarrolla.
Después del mar de Galilea, el Jordán continua, y desemboca en el Mar Muerto.
Inmediatamente después de caer en el lago muerto, los peces y las plantas acuáticas mueren, son instantáneamente momificados y, lentamente, consumidos por la salinidad corrosiva. El fuerte sol provoca la evaporación de una gran parte de agua, lo hace con tal fuerza, que el Jordán no continua. El mismo río que le da vida a Israel, muere en el Mar Muerto.
Además de todo eso, el Mar Muerto está en el punto más bajo de la Tierra, está a 400 metros debajo del nivel del mar – otra razón para que el Jordán no continúe. Nada es más bajo en aquella región o por fuera de ésta, al ras de la tierra.
El Mar de Galilea es generoso. Multiplica la vida. El Mar Muerto es la visión de la infertilidad. Y, como ya dijimos, reciben el agua, que posibilita esa vida, de la misma fuente. El mismo Jordán hace que los dos existan.
De la misma manera que todos somos hijos de Dios. ¿Por qué, entonces, algunas personas evolucionan en la fe, en la prosperidad, en la abundancia, mientras que otros, hijos del mismo Padre, no alcanzan el éxito en nada?
Como en el ejemplo de los dos lagos, no importa si reciben la misma agua, sino qué se hace con el agua.
Todos tenemos derecho a lo que Dios nos reserva, pero… si no asumimos la posición de Sus hijos, nada sucede.
El Mar de Galilea fue tocado por el propio Señor Jesús y entró en la Historia.
El mar Muerto no es digno de que ni siquiera un simple pez nade en él.
Usted elige si quiere ser el Mar de Galilea. Elige si la vida florece en usted y a su alrededor debido al agua que recibe, usándola de manera inteligente.
Usted también elige ser un Mar Muerto. Recibe la misma agua de vida, pero la mata. Es silencioso, pasivo, incrédulo. Y al final de cuentas, nada queda, sino un gran agujero lleno de sal, estéril, improductivo.
¿Qué hace usted con el agua de vida de Dios en su existencia? ¿Cómo la usa? ¿Produce vida o la mata?
Le cabe únicamente a usted escoger.
En la Reunión del Encuentro con Dios, en las mañanas de domingo, en los Cenáculos Universal, usted aprende a multiplicar la vida con lo que recibe del Padre. Participe en Av. Corrientes 4070, Almagro, a las 9.30 hs. o en la Universal más cercana a su hogar. Acceda aquí para conocer todas las direcciones del país.