Viajar por tierra no era algo fácil en los tiempos bíblicos. Las distancias eran muy grandes, sobre todo porque la locomoción era a pie o con el auxilio de la montura. Un aspecto, en especial, hacía todo más difícil: el hospedaje. La posada en los paradores o mesones era ineficiente, peligrosa y, a veces, cara. Por lo tanto, era muy común contar con el hospedaje en casas de terceros -algo bastante utilizado por profetas, apóstoles y hasta por el Señor Jesús.
Son varios los relatos bíblicos de asaltantes y asesinos al acecho en los caminos, desiertos y bosques (Jueces 9:25). En la parábola del buen samaritano, Jesús usa la figura de un viajero atacado y abandonado a la muerte (Lucas 10:30).
Los hospedajes solo empezaron a ser comunes en Tierra Santa, bajo el dominio persa. Generalmente, se construían hospedajes con cuartos en un piso superior, respecto a los establos y demás instalaciones que quedaban sobre la superficie de la tierra. El inmueble contaba con un patio principal, donde se preparaban las monturas y las carretas.
Era común que las instalaciones fueran gratuitas, pero el alimento para las personas y animales eran pagos, al igual que otros servicios (nuevamente entra en escena la parábola del samaritano – Lucas 10:35). Esto era lo más parecido a un hotel en aquella época.
Debido a la obvia cercanía a los grandes caminos, casi siempre los hospedajes se ubicaban en las periferia de las ciudades de la época, lugares sin muy buen ambiente, que exponían muchas veces a sus huéspedes, a peligros semejantes a los del camino. Otro punto negativo: la actividad de la prostitución era frecuente en esos hospedajes. Por ese y otros motivos, el Señor Jesús y sus apóstoles se quedaban más en casas de terceros y hospedados por familias, que en posadas pagas (Mateo 10). De igual manera, era común entre los cristianos la disponibilidad de sus hogares para el hospedaje de viajeros (Romanos 12:13; 1 Timoteo 3:2; 1 Pedro 4:9). Pedro se hospedó en la casa de un tonelero en Jope (hoy Jaffa), cuando tuvo su famosa visión del lienzo con los animales (Hechos 10:1-16), como lo muestra el dibujo anterior.
Por órdenes de Cesar, José y María – ella, embarazada de Jesús y muy cerca de dar a luz- tuvieron que viajar de Nazaret a Belén para responder al censo de la época, lo que debía suceder en la tierra de origen de sus familias, como el caso de José. Ciento cincuenta quilómetros separaban a una ciudad de la otra. El carpintero y su esposa buscaron un lugar en casas particulares incluso en hospedajes, pero todos estaban llenos, precisamente, a causa del censo. A eso se debió la pernoctación improvisada del matrimonio, cuando nació el Mesías – encontraron una casa que los recibió días después, cuando tuvieron la visita de los reyes magos.
La comidas de los hospedajes dejaba mucho que desear – en cuanto a la calidad e higiene, además de que los precios no siempre eran buenos. Era muy común que lo viajeros llevaran su propio alimento (Jueces 19:19) – como panes, frutas secas y cereales torrados, que no se descomponían fácilmente.
Más peligros
Muchas veces, los viajeros dormían bajo el rocío o en tiendas improvisadas, en el desierto o en las ciudades, lo cual también los dejaba a merced de los bandidos. En Jueces 19, se cuenta el caso de un hombre que buscó posada en una ciudad corrompida por el pecado. Aun hospedado por un piadoso hombre que temía por la seguridad de sus viajeros, los pecadores del lugar lo siguieron.
Los riesgos para los predicadores de la Palabra de Dios eran mucho mayores que solo la distancia y las intemperies. A pesar de las dificultades y peligros, viajantes como Pablo, varios profetas e incluso, Jesús, eligieron enseñarles los preceptos Divinos al pueblo – algo que requería, además de fe, mucho coraje.