Las palabras parecen eternas. En el momento en que las pronuncias en voz alta, estás literalmente, escribiéndolas en el corazón de alguien. A veces ese alguien va a estar toda la vida de acuerdo con esas palabras. ¿Qué le dijiste hoy a la persona que amas? ¿Qué palabras has grabado en el corazón y en la mente de esa persona hasta ahora? Yo sé que a veces es difícil controlarse, especialmente en aquellos momentos de rabia, pero ¿será que vale la pena destruir la autoestima de una persona por ese error tan pequeño que cometió?
Dios tolera nuestro terco corazón día a día, e incluso siendo así, no nos destruye con palabras; al contrario, Él siempre nos dice cosas buenas, tales como: Podemos comenzar de nuevo (Isaías 43:18,191, Él nunca se olvidará de nosotros (Isaías 49:15), siempre estará con nosotros (Mateo 28:20), Su amor es incondicional (Romanos 8:35), somos la niña de Sus ojos (Zacarías 2:8) etc.
Además de tener que luchar contra los problemas y dudas que el diablo lanza a nuestra mente, además tenemos que tolerar palabras de duda y malentendidos que acaban matándonos lentamente. Hay muchas personas que acabaron desistiendo de la vida porque no soportaban más: maridos que se fueron de casa, mujeres que volvieron a casa de sus padres; hijos que se entregaron a las drogas y al alcohol, etc. Todo debido a palabras que jamás debieron haber sido pronunciadas.
Estas palabras que insisten en salir de la boca de determinadas personas son peores que un asesinato, donde la víctima no lleva consigo traumas o recuerdos. ¡Las palabras pueden matar por dentro y tú tienes que trabar una verdadera lucha para permanecer viva por fuera! Tienes que estar toda la vida con todas aquellas palabras en tu mente. Esto es un peso que nadie debería ser obligado a cargar. Las palabras pueden ser como tiros en el alma. Ya conversé con muchas mujeres que lo tenían todo para ser exitosas, pero no lo son debido a una palabra de muerte o a una crítica destructiva. Pueden ser las mujeres más bellas del mundo, pero aun así, sólo consiguen ver a una mujer horrible cuando se miran en el espejo.
Lo mejor que puedes hacer para no ofender a las personas, es no hablar cuando estés disgustada o demasiado nerviosa. Es casi imposible filtrar las palabras que salen de nuestra boca en esos momentos. Deja que las cosas se calmen, tal vez sea mejor hablar al día siguiente o en el transcurso de la semana. Si aun así no te sientes segura para hablar del asunto, no hables.
Los hijos también son un caso delicado, pues tenemos la responsabilidad de enseñarles y corregirles. Pero acuérdate: Tus palabras tienen más poder que las palabras de cualquier otra persona. Ellos incluso son capaces de tolerar el comportamiento abusivo de los compañeros del colegio, pero jamás soportarán palabras destructivas de su propia madre. Vamos a escuchar más y a hablar menos, pues “El que guarda su boca, preserva su vida; el que mucho abre sus labios, termina en ruina” (Proverbios 13:3).
Extraído del libro “Mejor que Comprar Zapatos” de Cristiane Cardoso