Hay momentos en que nos sentimos inseguras sobre nuestra vida, todo parece estar en contra nuestra, absorbiendo todas nuestras fuerzas. Nos sentimos solas e incomprendidas, incluso por las personas más próximas. En esos momentos, el pensamiento de desaparecer es el que más nos atrae. Empezamos a preguntarnos por qué la fe que usamos ayer tan poderosamente no está preparada para ayudarnos a vencer las adversidades de hoy. Cuando oramos, nuestras palabras parecen ser demasiado simples para poder expresar lo que sentimos y lo único que conseguimos hacer es gemir, esperando que Dios comprenda nuestros sentimientos más profundos.
Las personas intentan entendernos, pero lo que sentimos es inexplicable y, sí intentamos explicarlo, nos sentimos tontas, ya que las palabras no pueden describir nuestros sentimientos. Toda mujer pasa por esos momentos difíciles. Tú puedes estar llena del Espíritu Santo pero, si eres humana (cosa que yo creo que eres), en un momento u otro pasarás por esos momentos de aflicción. Esto nos recuerda un versículo que dice: “Mejor es ir a una casa de luto que ir a una casa de banquete […] Mejor es la tristeza que la risa, porque cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento” (Eclesiastés 7:2,3).
Sólo cuando nos sentimos tristes y solas le damos a Dios una oportunidad de actuar en nosotras. Nadie se queda con el corazón alegre cuando se arrepiente de algún error que cometió; por lo contrario, en los momentos en que nos estamos arrepintiendo, lamentamos lo que hicimos y nos sentimos avergonzadas; eso hace que tomemos la decisión de no cometer nunca más el mismo error. En esos momentos de aflicción, sentir pena de una misma y aislarse por los rincones con la esperanza de que todo pase, no conduce a ninguna parte. En vez de eso, debemos usar el método de autoayuda que ha demostrado ser el más eficaz a lo largo de los siglos: la oración.
La oración es la habilidad de comunicarse con el Único que realmente puede ayudarnos en los momentos difíciles. Ella funcionó y todavía funciona en la vida de millones de personas en todo el mundo, incluso en la mía. Cuando oro, me gusta pensar que soy una niña hablando con mi padre. No tengo que parecer madura, hablo lo que siento, sin preocuparme con la pronunciación correcta de las palabras o si lo que estoy diciendo es correcto. Intento ser yo misma delante de Dios y, esto, es suficiente para Él. Me siento, libre para decirle cosas que no le diría a nadie más, pues es el Único que me entiende perfectamente. Nosotras, mujeres, perdemos mucho en este aspecto.
Generalmente nos abrimos con nuestras amigas y les contamos todo lo que pasa en nuestro interior, pensando que nos entienden. Pero, ¿de verdad nos entienden? A la mayoría de los hombres que conozco les parece muy difícil entender a las mujeres — en realidad, me parece que ni ellas mismas se entienden. Aun así, Dios nos entiende. Él nos creó y, por eso, nos conoce por dentro y por fuera. Entiende el por qué de nuestras actitudes y quiere que sepamos que nos puede ayudar, es suficiente con que conversemos con Él de todo nuestro corazón. No te preocupes si no sabes orar, pues la oración no requiere ningún conocimiento, sino solamente sinceridad y fe.
Si estás orando con sinceridad en tu corazón y crees que Dios te está escuchando, eso ya es suficiente porque Él ciertamente está a tu lado. Si estás pasando por momentos difíciles, ¡Él está todavía más cerca de ti! Dios está cerca de aquellas personas cuyos corazones se encuentran partidos, pues es en ese momento que Lo buscan más. Como leímos en el versículo anterior, porque cuando el rostro está triste el corazón puede estar contento.
La experiencia de hablar con nuestro Creador es tan maravillosa que sí pudiésemos, detendríamos el tiempo y nos quedaríamos en su presencia para siempre. Es interesante darse cuenta que fácilmente nos olvidamos de ese sentimiento cuando estamos ocupadas y, de repente, viene a nuestra mente la tentación de orar con pensamiento. Nos parece que no podemos parar para conversar con Dios Por el hecho de que tenemos cosas que hacer y sitios a donde ir; simplemente no tenemos tiempo suficiente para orar. De esta forma, somos conducidas a momentos de luchas y tribulaciones y, rápidamente, ¡encontramos tiempo para orar!
La verdad es que cuando estamos alegres tendemos a distanciarnos de Dios. Rápidamente nos olvidamos de Su presencia en nuestra vida y pasamos a dedicar nuestro tiempo a cosas que no nos traen ningún beneficio. Somos obstinadas pero aún así, Dios nos entiende y está listo para extendernos Su mano amiga cuando nos volvemos hacia Él. La oración vence la depresión, los pensamientos de suicidio, la inseguridad, el vacío del alma y las decepciones; conforta cuando se pierde a un ser querido; neutraliza la rabia, la ansiedad, el estrés, etc. ¿Conoces otro método de autoayuda más eficaz que éste?