Según arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv (TAU, sigla en inglés), las famosas minas de cobre del desierto de Néguev (foto), en Israel, no eran controladas por egipcios como se pensaba. Nuevos indicios señalan que los edomitas, un pueblo semi nómade de ese desierto, eran los verdaderos exploradores del metal dorado.
El pueblo edomita descendía de Esaú, hijo de Isaac y nieto de Abraham – edom, en hebreo, significa “rojo”, uno de los nombres dados a Esaú, un hombre pelirrojo y de mucho bello (presente en la ilustración, sobre el episodio en el que le cedió a su hermano Jacob, su progenitura a cambio de un plato de lentejas). Con el tiempo, los edomitas se convirtieron en los adversarios de Judá. Y desaparecieron en el período de las revoluciones judías en contra de Roma.
Muchos creían que las minas eran exploradas por Egipto, cuando el reino dominó la región. La confusión se generó por un templo al falso dios egipcio Hathor, encontrado en esa zona en 1969, el cual fue levantado en el siglo 13 antes de Cristo (a.C.), llevando a los arqueólogos a creer que el pueblo de los faraones controló el yacimiento los 2 siglos subsiguientes.
No obstante, el campo con equipamiento para la fundición, recientemente encontrado, no presentaba características egipcias. Un análisis de carbono 14 realizado en los carozos de aceituna y de dátiles desenterrados, indican que las minas estuvieron activas entre los siglos 11 y 9 a.C., cuando los edomitas habitaban el área.
En una entrevista a la revista norteamericana Archaeology, el arqueólogo Eretz Ben-Yosef, de TAU, dijo que se desenterraron objetos que muestran “una sociedad con indudables niveles de desarrollo, poder y organización”, además de una fuerte conexión a la minería y a la fundición del cobre local.