“Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme al SEÑOR, ésa será alabada.” Proverbios 31:30
Cierta vez, una joven me preguntó qué era ser una mujer de Dios, y le respondí: “La mujer de Dios es la que conoce a Dios y vive de acuerdo con Su voluntad – lo que, la mayoría de las veces, exige mucho sacrificio.” Después de oír esta simple respuesta, ella movió la cabeza y me miró como si me estuviese diciendo: “¡Gracias por nada!”
Hay más mujeres que hombres en la iglesia y frecuentemente me pregunto: ¿por qué no son tan usadas como los hombres? La única explicación lógica que pude encontrar fue que nosotras, mujeres, somos más emotivas que los hombres. Prueba de eso es nuestra pasión por los romances, las películas románticas, las canciones románticas, las actitudes románticas, las historias románticas, etc. Lloramos por casi todo lo que toca nuestra alma – incluso al oír el testimonio de alguien que tuvo la vida transformada por el poder de Dios. Vemos el mundo a través de los ojos de la emoción. Solo Dios sabe cuántos son los problemas acarreados en nuestro matrimonio o relaciones porque somos tan emotivas. Con todas estas emociones revolviéndose dentro de nosotras 24 horas por día, difícilmente usamos nuestra fe. Eso explica por qué existen tantas mujeres en la iglesia que no hacen la menor diferencia en el Reino de Dios. Generalmente, se intitulan mujeres de Dios, pero cuando son comparadas con los hombres de Dios, hay un contraste muy grande. El secreto está en la respuesta que le di a esa joven: “La mujer de Dios es la que conoce a Dios.” Muchas aún no Lo conocen y basan su conversión y su “nuevo nacimiento” en emociones que sintieron durante la oración. Mientras el tecladista tocaba ese bello fondo, vinieron sobre ellas las mismas emociones que las hacen llorar cuando ven películas tristes. Desde entonces, se convencieron de que eran nacidas de Dios.
¿Cómo pueden ser mujeres de Dios si ni siquiera Lo conocen? Es imposible. Querida amiga, si quieres ser una mujer de Dios, necesitas conocerlo primero – punto final. Aunque intentes cambiar tus caminos y vivir una vida más santa, eso no te hará una mujer de Dios. Tienes que conocerlo. Para que eso suceda, necesitas dejar de lado tus emociones y sentimientos, y buscarlo con fe. Solo así serás una nueva criatura y te convertirás en una mujer de Dios. Tu vida causará un gran impacto en Su Reino y en la vida de todos los que están a tu alrededor.
Fragmento del libro “Mejor que Comprar Zapatos”, de Cristiane Cardoso
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