Los sentimientos malos son como una fiebre. Usted literalmente siente en el cuerpo sus efectos, estos le impiden actuar normalmente, y no ve la hora de que se terminen. La diferencia, sin embargo, es que usted no tiene mucho control sobre la fiebre, pero lo tiene sobre sus sentimientos.
Digamos que usted está enojado, triste, desanimado. Su cuerpo literalmente le da las señales y los síntomas: agitación, abatimiento, debilidad, nerviosismo… Los sentimientos son reales. El debilitamiento está presente. Usted no está en su mejor forma ni en su mejor estado de espíritu. ¿Qué puede hacer?
No soy un neurocientífico ni un terapeuta, pero aquí va lo que funciona para mí: haga lo contrario a lo que usted siente.
Busque actuar como si el enojo, la tristeza o cualquier otra emoción no estuvieran allí. ¿Su enojo le dice que trate mal a su cónyuge o simplemente que lo ignore? Trátelo bien. Converse nuevamente. Vaya más allá: haga gentilezas que no suele hacer. Repita el proceso. Su enojo va a terminar más rápido y le va a dar lugar a buenos sentimientos.
Lo mismo se aplica a cualquier otra emoción negativa. Dele buenas dosis de actividad y movimiento a su desánimo. Busque razones de alegría y gratitud y presénteselas a su tristeza.
La acción precede a la emoción. Sus actitudes determinan sus sentimientos. Lo que usted hace influye en cómo se siente.
Cree los sentimientos que quiere por las actitudes que toma. No sea esclavo de sus sentimientos. Sea señor de ellos. Así, la fiebre va a pasar.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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