El deseo de ser especial, de vencer en la vida, es lo que motiva a muchos a batallar por sus sueños. Y, en la lucha para distinguirse en la multitud y alcanzarla cima, ningún sacrificio parece demasiado grande. Están listos para renunciar al ocio, a horas de sueño, a la vida social y a innumerables otras cosas que consideran importantes, todo para no ser uno más en este mundo.
Sin embargo, cuando la cuestión es ser parte del Reino de Dios, el pensamiento que prevalece es el de que no hay necesidad de esforzarse para ser aceptado. Creen que si Dios es amor y si Su misericordia es infinita, Él indudablemente estará esperando a todos de brazos abiertos, sin importar cómo vivieron sus vidas. ¿Pero será así?
El criterio de Dios
Cuando Jesús dice, al concluir la parábola de las bodas (Mateo 22.1-14), que “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”, Él deja en claro que existe un criterio para definir esa selección. Incluso si la voluntad de Dios es la de escoger a todos – pues Jesús murió para salvar a toda la humanidad -, Él dijo que muchos serán desechados en el final.
¿Y cuál es el criterio usado para determinar quién será salvo y quién se perderá? ¿Serán los años de Iglesia? ¿El conocimiento de la Biblia? ¿La facultad de teología? ¿El árbol genealógico? ¿Sus bellos ojos azules? ¿Cara o cruz? En verdad, el criterio de selección del Reino de Dios es más parecido con el utilizado en un ingreso a la universidad.
En el ingreso, para inscribirse, el candidato recibe un manual donde está descrito lo que necesita estudiar y hacer para estar preparado en el día de la prueba. Si va a leer o no; si va a seguir o no, son otros quinientos. La Universidad le está dando una oportunidad. Si él pasa sus días durmiendo, o en fiestas, o se entretuvo en las redes sociales en vez de meter la cara en los libros y estudiar, sacrificando su voluntad de hacer todas esas cosas, ¿cómo espera estar entre los escogidos?
Por otro lado, el alumno que se dedica, prestando atención a lo que lee, esforzándose para entender más que memorizar; ese alumno que renuncia a las distracciones y se enfoca en su objetivo, que sacrifica una vida indisciplinada y se somete a la disciplina de su programa de estudios, realmente recogerá el resultado de sus esfuerzos. Él mostró su voluntad con actitudes que lo habilitaron para la vacante. Por eso, fue escogido entre tantos inscriptos.
La elección
En el Reino de Dios es la misma cosa. Los escogidos por Él son aquellos que se habilitan a esa condición, por medio de sus propias actitudes y esfuerzos. La diferencia es que no se compite con nadie para ser seleccionado por Dios. La lucha es contra la propia voluntad, y las pruebas son: negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguir a Jesús. El mundo, que desprecia cualquier tipo de sacrificio para Dios y sólo realiza sacrificios para sí mismo, intentará impedirle pasar esas pruebas. De ahí la importancia de pautar las actitudes en una fe racional y, creyendo en la Palabra de Dios, tomar posesión de Sus promesas. Es de esa calidad de fe que viene la fuerza para vencerse a sí mismo y al mundo. Un candidato con una fe emotiva o religiosa no tendrá condiciones de calificar. Más tarde o más temprano abandonará la disputa.
Y, para el que se mantenga firme, la disputa no termina con la aprobación. Después del ingreso, el alumno deberá continuar esforzándose para conseguir graduarse. Y después de graduado, deberá mantenerse actualizado y esforzarse para seguir siendo un profesional de éxito, hasta el fin. Así es con relación a Dios. La carrera de un cristiano sólo se acaba cuando no hay más luchas, y sólo no hay más luchas para un cristiano cuando él parte de este mundo.
Combatiendo el buen combate
Cuando estaba en la prisión en Roma, poco antes de su muerte, el apóstol Pablo le escribió a Timoteo: “Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel Día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman Su venida.” (2 Timoteo 4.6-8)
Quien se mantiene enfocado en su salvación, como su bien más preciado, hará cualquier sacrificio para combatir el buen combate diariamente. Luchar contras las dudas, los malos ojos y los malos pensamientos, fortalecer su fe, perdonar a sus enemigos, mantener la conciencia limpia y el corazón puro, hacer por los otros aquello que le gustaría que le hiciesen, dejar de mirar hacia la situación y vivir por la fe. La recompensa ya está garantizada a los que permanecen fieles hasta el fin. Y, para mejorar, quien se dispone a sacrificar por ese Objetivo no estará solo. Tendrá siempre la ayuda de Aquel que lo llamó.
El sacrificio de Jesús abrió una oportunidad para todos. Muchos son los llamados por Dios para hacer la diferencia en este mundo, pero pocos son los escogidos para Su Reino. Quien tenga el coraje de, por la fe, enfrentar este combate, será excelente en todo lo que haga y, cuando complete la carrera, recibirá su premio. Un premio mayor que cualquier cosa que este mundo pueda ofrecer y por el cual vale la pena cualquier sacrificio.
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