Ella es dicha para encubrir errores, conseguir ventajas, evitar el rechazo o incluso por falta de seguridad. Vivimos en una sociedad acostumbrada a mentir. Como el personaje Pinocho, muchas personas no resisten a la tentación de una mentirita, sea para elogiar la ropa ridícula de un amigo o justificar un atraso. Cada ser humano oye cerca de 200 mentiras por día, según el psicólogo Gerald Jellison, de la Universidad de California del Sur.
¿Pero hasta qué punto puede ir una mentira? Para una pareja de São Paulo, la invención de un falso secuestro terminó en acusación. Después de que robaran un auto en la Zona Este de São Paulo, una mujer y el novio le dijeron a la policía que un niño había sido llevado dentro del vehículo. El objetivo de la mentira era acelerar las búsquedas de la policía por el automóvil, que no tenía seguro. Sin desconfiar de nada, la policía movilizó a todos los equipos de esa región y consiguió encontrar el auto en poco tiempo.
Sin embargo, el vehículo no presentaba ninguna señal de que un niño hubiera estado allí. La pareja no tuvo otra opción y terminó desmintiendo la farsa. Pero el daño ya estaba hecho. De víctima, la pareja pasó a responder por el crimen de falsa comunicación de secuestro, con pena de 1 a 6 meses.
¿Qué llevó a esas personas a mentirle a la policía? Para la psicóloga Adriana de Araújo, la situación demuestra algunas posibilidades. “La pareja pudo haberse desesperado. No pensaron en lo que podían hacer y la primera cosa que se les vino a la cabeza fue crear una farsa. Otra hipótesis es que actuaron de mala fe, para aprovecharse”, dijo.
La mentira nunca es una buena salida, no importa el motivo. Al final, a nadie le gusta vivir de ilusiones. Adriana destaca que mentir es una prueba de que la persona no logra asumir lo que hizo ni enfrenta las consecuencias de sus actos. “La mentira está ligada a la inseguridad, a la dificultad de aceptar las respuestas de algunas personas y al miedo de ser excluida de un grupo”, afirma.
La verdad, la mejor opción
Adriana Araújo cree que la verdad puede mejorar la convivencia social y dejar la vida más relajada. Ella asegura que, con un poco de entrenamiento, hasta los compulsivos de las mentiras pueden transformar la sinceridad en un hábito. “Lo ideal es aprender a hablar la verdad de forma adecuada. Con las personas correctas, es posible ser transparente sin ofender o ser agresivo. La verdad hace nacer una nueva persona”, concluyó.
¿Bromas de mal gusto?
A causa de informaciones falsas, un estudiante brasileño terminó en prisión en el comienzo de enero. Francisco Fernando Cruz, de 22 años, fue preso en el aeropuerto de Miami, en los Estados Unidos, después de ser identificado como el autor de mensajes enviados a la empresa TAM Aerolíneas y a la policía americana con amenazas de bombas en un avión. Ningún dispositivo fue encontrado en la aeronave o en la maleta del estudiante.
Según la prensa americana, Francisco le había dicho a la policía que quería verificar si el remitente de los mensajes sería identificado. Además de encontrar al muchacho, las autoridades de seguridad del sector aéreo americano quieren que responda judicialmente por las amenazas. Bromas, mala fe o falta de noción, el hecho es que la mentira se transformó en una verdadera pesadilla para el estudiante y su familia.
Menos mentira, más salud
Decir la verdad mejora la salud mental y física. Esa es la conclusión del estudio “La ciencia de la honestidad”, hecha por la Universidad de Notre Dame, en los Estados Unidos. La investigación fue realizada con dos grupos de personas durante 10 semanas y la propuesta era disminuir al máximo las mentiras cotidianas. Otro grupo, que no recibió ninguna instrucción sobre mentir, también fue monitoreado. La conclusión reveló que las personas que redujeron las mentiras cotidianas se convirtieron más saludables, menos estresadas y sufrían menos con dolores de cabeza y problemas de irritación en la garganta.
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