Durante miles de años, los padres entrenaban a sus hijos en las artes de la guerra y del combate. Era cuestión de sobrevivencia. Un hombre tenía que saber luchar, defenderse a sí mismo y a su familia. Desde que el niño comenzaba a dar sus primeros pasos, el padre ya lo acostumbraba a la idea de ser fuerte, a manejar armas, y a la importancia de conocer sus fuerzas y debilidades, así como las de sus enemigos.
Esta escena hoy está limitada a las pantallas de las películas de la época. ¡No queremos ni siquiera que nuestros hijos lloren! Pobrecito, ¡dele un chupete!
Sí, afortunadamente no necesitamos más entrenar a nuestros hijos para que empuñen una espada y le corten la cabeza a nadie. Por lo menos en nuestra parte del mundo. Pero eso no significa que las guerras se terminaron y que los enemigos no existen más. Al contrario, hoy son más numerosos, más fuertes y están en todos lados. Las guerras son mayores y más letales. Curiosamente, es la apariencia de paz que se convirtió en nuestro mayor problema.
Si antes los enemigos eran visibles y fáciles de detectar, hoy el mal está camuflado en nuestro medio. No lo notamos más. Entra todos los días a nuestra casa por la pantalla de la TV; está a solo un clic en la computadora y a un toque en el smartphone; en las canciones que silbamos o cantamos inocentemente para enfrentar el stress del tránsito; en las ideas destructivas que apelan a nuestros instintos más humanos como la codicia, el egoísmo, la envidia y el enojo; está en las leyes, en el sistema, en la religión… Todo cubierto con ropa de paz, alegría y placer. Abre una Coca-Cola, enciende la TV y todo está bien.
Nadie más se está entrenando para la guerra. ¿Guerra? Eso es cosa de Afganistán. Mientras tanto, en los campos de batalla de la vida yacen los cuerpos de los que fueron derrotados por los vicios, por el divorcio, por la avaricia, por la pornografía, por la depresión, por el vacío, y por todo el ejército del mal. Sus víctimas no sabían que estaban en una guerra. Aun así perecieron.
El Rey David, que antes de los 18 años ya había enfrentado y vencido a osos, leones y gigantes, dijo:
Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino; quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis alturas; quien adiestra mis manos para la batalla, para entesar con mis brazos el arco de bronce. – Salmos 18:32-34
Bendito sea el SEÑOR, mi roca, quien adiestra mis manos para la batalla, y mis dedos para la guerra. – Salmos 144:1
Aquel que fue despreciado por el propio padre en favor de los hermanos, veía a Dios como su entrenador. Y qué buen entrenador fue el Señor para David.
Estoy viajando en el tiempo aquí con usted, hablando de cosas que pocos entienden, básicamente para darle este recado:
1-Los enemigos cambiaron de cara, evolucionaron, se multiplicaron y están más peligrosos que nunca
2-Las personas están sufriendo y pereciendo porque no están preparadas para las guerras que enfrentan
3-Dios, como Padre, aún entrena para las batallas a los hijos que están dispuestos a aprender
Queriendo o no, usted está en el medio de esta guerra. Si no lucha, será derrotado. Si no entrena, ni siquiera luchando vencerá.
Educación humana = Capacidad
Educación humana + entrenamiento de Dios = Capacidad³
¿Usted está usando todas las armas a su disposición?
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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