En hebreo, Nahúm significa “consolador”, “confortador”. Pero el papel del profeta de mismo nombre en el Antiguo Testamento fue muy diferente a eso.
Él dijo que Nínive, importante metrópoli de la época y capital del Imperio Asirio, caería – algo que Jonás les advirtió a los ninivitas anteriormente, sin que le dieran importancia. Opresora de Israel, Asiria era un importante imperio que se ensoberbecía cada vez más a causa del poder que conquistó.
Nahúm cita en su libro que, así como Tebas (o Amón) cayó en Egipto, derrocada justamente por los asirios, estos también caerían. En el pasado, 150 años antes, Dios había enviado a Jonás a Nínive (en el famoso capítulo en que fue tragado por un pez) para advertirle a ese pueblo que, si no dejaba el pecado, caminaría hacia el fin. El pecado había sido dejado, pero enseguida volvió a prevalecer en ese reino. La soberbia creció junto con el poder político, económico y militar. Así, Dios mandó a Nahúm con un nuevo aviso, pero no para que los ninivitas se arrepintieran, como en la época de Jonás. El nuevo mensaje, en realidad, era más para los israelitas: pronto el cruel opresor caería. Nínive encontraría su fin en poco tiempo.
Arrogantes y violentos, nuevamente los ninivitas ignoraron a un profeta de Dios. Resultado: cayeron, bajo el yugo de Babilonia.
Verdadero profeta
El profeta tenía suficientes credenciales para ser tomado en serio, aunque Nínive le había hecho la vista gorda a eso. Nahúm le profetizaba a Judá durante los reinados de Manasés, Amón y Josías, contemporáneo de Sofonías, Habacuc y Jeremías. Es llamado en la Biblia “Nahúm, el elcosita – nacido en Elcos, nombre que algunos estudiosos afirman ser de una ciudad localizada donde hoy está Capernaum (que significa exactamente “aldea de Nahúm” en hebreo), en Galilea.
Incluso con esa historia, Nahúm fue ignorado. Nínive cayó en el año 612 antes de Cristo (a.C.). No podían decir que no fueron avisados. Jonás estuvo allí 1 siglo y medio antes para advertirles que debían inclinarse a Dios en humildad. Sin embargo, las conquistas y el crecimiento de aquel pueblo hicieron que el poder se les subiera a la cabeza. Eran conocidos como “leones”, comparados al mamífero depredador por su demostración de vigor y crueldad al matar. Poderosos ante el hombre, confiaron en ese poder e ignoraron al Señor de todo el poder real. Nahúm les advirtió:
“El león arrebataba en abundancia para sus cachorros, y ahogaba para sus leonas, y llenaba de presa sus cavernas, y de robo sus guaridas.
Heme aquí contra ti, dice el SEÑOR de los Ejércitos. Encenderé y reduciré a humo tus carros, y espada devorará tus leoncillos; y cortaré de la tierra tu robo, y nunca más se oirá la voz de tus mensajeros.” Nahúm 2:12-13
La ira de Dios llegó. Varios pueblos oprimidos por los asirios lograron festejar que su depredador no los amenazaba más (Nahúm 3:18-19).
El exceso de confianza en el poder humano, sin fundamentos en la firme roca de sujeción a Dios, fue la ruina de los ninivitas. Todo ese poder se escurrió entre los dedos de los asirios, probándoles que no pasaba de ser una gran ilusión. Así fue el fin de una nación alguna vez poderosa. Un error que muchos cometen actualmente, confiando demasiado en su capacidad material e ignorando la alianza con Dios.
Y, así como en la época de Jonás y Nahúm, nadie puede decir que no fue avisado. La Palabra de Dios, contenida en la Biblia, nos exhorta en todo momento.
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