Siempre que María quiere hacer algo, le pide una opinión a sus amigos. Uno dice una cosa, el otro dice otra. Y, al final, continúa con la misma duda del comienzo. María nunca se da cuenta, pero cada vez que hace eso está buscando la aprobación de los que están a su alrededor.
Nunca usó una ropa que, realmente, tenía ganas de usar. Nunca se tiñó el cabello del color que pensaba que le quedaría más bonito o que combinaba con su estilo. Jamás luchó por un sueño. Todo porque siempre prefería oír las palabras desalentadoras de sus conocidos a escuchar su propia voz, simplemente desistiendo de todo lo que planeaba.
Pero, al mismo tiempo que María se sentía ofendida y avergonzada por tantos “no” recibidos de sus amigos, también se dejaba llevar por sus opiniones.
Constantemente, nos encontramos con personas que les encanta opinar sobre la vida de los demás, dar su pálpito en las decisiones que los demás deben o no tomar, pero ignoran su propia vida.
Tal vez alguien ya haya oído: “No puedes cursar en una universidad porque no tienes dinero”; o “No puedes abrir tu propio negocio, pues te falta experiencia”; o incluso, “¿Quién eres tú para intentar ser alguien en la vida?” Palabras desalentadoras como estas no son raras, pero los que las escuchan tienen que elegir entre guardarlas o descartarlas, definitivamente.
La Biblia relata que, al llegar a la ciudad de Filipos, el apóstol Pablo hizo una reunión con algunas mujeres. Allí, conoció a Lidia. Ella era temerosa de Dios y recibía de buena voluntad las palabras que Pablo decía. Además de eso, era una mujer de negocios, pero las ganas de poder ayudar y estar involucrada con las cosas divinas eran tantas, que inmediatamente fue tenida como una líder entre las demás (Lea Hecho 16:11-40).
Si Lidia se hubiera dejado guiar por lo que las personas decían sobre Jesucristo, jamás sería influenciada por Su voluntad. En el caso de que hubiera optado en no involucrarse con las cosas espirituales, no habría hospedado a Pablo cuando él lo necesitó, ni se habría transformado en la mujer dispuesta a contribuir siempre con el trabajo evangelístico, como fue conocida.
Además de eso, Lidia logró sobresalir de las demás mujeres, porque oyó a Dios: “… el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía” (Hechos 16:14). Por ser auténtica en ofrecer ayuda a los siervos de Dios, Lidia siguió una nueva dirección para su propia vida, convirtiéndose en un ejemplo de liderazgo e iniciativa para las demás mujeres. Y, por no esconderse o dejarse intimidar por los pensamientos y opiniones de los demás, oyó únicamente la voz de la fe, sin darle lugar o espacio para que implanten dudas en su corazón.
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